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Publicado por
JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES
León

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Liturgia dominical

El evangelio de este domingo nos dice que la gente que escuchaba a Jesús quedaba impactada por su modo de hablar, «ya que lo hacía con autoridad». San Juan nos cuenta que los enviados a prender a Jesús, no lo hacen y regresan diciendo: «Nadie ha hablado jamás como ese hombre». Es una autoridad que causa efecto, es decir, que cambia el hombre y le da una capacidad nueva. Da un vuelco a todas las cosas, aunque se llamen enfermedad, miseria o pecado. No será una respuesta a todos los problemas, pero sí una orientación para afrontarlos. No nos libra de las caídas, pero nos da las claves para entenderlas y nos abre camino para oponernos a ellas con todas las consecuencias.

Los milagros de Jesús, más que demostración de su divinidad poderosa, son signos de liberación del mal. Cristo se sumerge en las miserias del mundo, para arrojar fuera, para «exorcizar», lo que esclaviza al hombre y curarlo integralmente. Los milagros no suscitan la fe, la suponen; por lo tanto, más que prestar atención a cada narración milagrosa, es preciso poner fe en el poder sanador de Dios manifestado en Jesús. Creer en Él es seguirle por un camino que no permite instalaciones cómodas. Supone avanzar hacia la liberación de todo lo que personalmente, en la sociedad y en la misma Iglesia, nos hace esclavos del egoísmo, la injusticia, la violencia. Supone también que, sin negar las capacidades del hombre, aceptamos que no hay autosalvación, o sea, que la plena realización del hombre, su salvación total, solo se nos da por Cristo y en Él, pero a través de nuestra historia personal que acaba por ser historia de salvación en Cristo.

La fe es fuerza salvadora y, por eso, no podemos presentar el cristianismo como una «doctrina», una ideología, una moral, en competencia con otras varias. Una Iglesia viva sabe que, en Cristo, puede perdonar, reconciliar, crear comunión y expulsar cuanto esclaviza. Hay hombres que piensan sabiamente sobre esto; pero en sus ideas no está la salvación. Lo que salva es la capacidad delegada de la Iglesia, de cuantos la formamos, para hacer presente, en el hoy de la historia y en la historia de hoy, a Jesucristo único Salvador. Comunicaremos fe si somos creyentes; descubriremos la salvación a los demás si nos sentimos salvados; anunciaremos la liberación si estamos trabajando por ella. Con Cristo han de ir siempre unidos mensaje y vida. ¿Tratamos de que nuestra vida esté a la altura de nuestras palabras? Es posible que la crisis de credibilidad de la fe esté fundada en que pedimos a los demás lo que nosotros no estamos dispuestos a poner por obra.