Cerrar
Publicado por
José-Román Flecha Andrés
León

Creado:

Actualizado:

Cada día su afán

En las vísperas de la celebración de la Semana Santa, son muchos los que se preguntan por qué fue condenado a muerte Jesús de Nazaret. Es interesante recordar lo que el Beato Pablo VI decía el 4 de abril de 1965, en la iglesia romana de Nuestra Señora de Guadalupe. Era el primer domingo de Pasión y el Papa ponía en boca de Jesús estas preguntas: «¿Quién de vosotros puede acusarme de pecado? ¿Qué es lo que me podéis achacar o reprobar? ¿Qué he hecho yo jamás para veros a todos hostiles? Es porque no escucháis la palabra de verdad.»

Puede parecer cruel este juicio. Pero seguramente es acertado. No es fácil explicar de otra manera que Jesús, el Hijo de Dios venido al mundo para salvar al mundo, no haya sido reconocido ni aceptado, sino por el contrario, odiado hasta la muerte. Pero tampoco es fácil explicar que este hecho se repita a lo largo de los siglos.

Pablo VI se preguntaba por qué el Señor encuentra también hoy tantos enemigos: «Qué ha hecho Él a la humanidad para que tanta gente se vuelva contra Él, hasta el punto de que algunos crean hacer bien lanzándose contra el cristianismo, que ha difundido tesoros de justicia y paz, liberación y santidad; dones admirables que Jesús trajo consigo?»

Se dice a veces que el mensaje es aceptable, pero los mensajeros no merecen confianza. El Concilio Vaticano II diría pocos meses más tarde que «en los orígenes del ateísmo pueden tener una gran parte los propios creyentes, si, con el descuido de la educación religiosa, con la exposición inadecuada de la doctrina, o con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más que revelado el verdadero rostro de Dios y de la religión» (GS 19).

En el pasado muchos repetían una y otra vez una especie de consigna: «Cristo, sí; la Iglesia no». Hasta citaban en su favor un pensamiento atribuido a Gandhi. Pero hoy el panorama es más complejo. Son muchos los que, de una forma o de otra, parecen dispuestos a proclamar: «Iglesia no; Cristo tampoco».

¿A qué se debe ese rechazo? Pablo VI buscaba la explicación en una de las frases que Jesús pronunció desde la cruz: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen». Y añadía: «No saben… La misma cosa se repite. En el drama del cristianismo, en el mismo drama de Cristo, que suscita enemistad, oposición y hostilidad en el mundo, se encuentra un fenómeno de ignorancia y desconocimiento. No saben lo que hacen aquellos que no quieren acoger y recibir a Cristo y se rebelan contra Él».

Pablo VI no pretendía acusar a los incrédulos o a los ateos. De hecho, inmediatamente se dirigía a los fieles católicos, para exhortarlos a escuchar la voz del Señor.

Sus palabras preludian las de Juan Pablo II: «No temáis a Cristo. No tengáis miedo de Él. No os resistáis a conocerle. Sentid el grande, el dulce deber de estudiarlo y dar acogida a sus preceptos». Quien lo ha aceptado con fe, no debe ignorar a su Señor y Salvador.