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Publicado por
José-Román Flecha Andrés
León

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Cada día su afán

El nombre de la doncella era María». Así nos la presenta Lucas (l,27). María de Nazaret. Millones de palabras se han dicho sobre ella. Pero al comienzo sólo la abraza el silencio. Su infancia le pertenece sólo a ella. El nacimiento de su hijo es un hecho confidencial.

Estaba desposada con José, el artesano. Fue en ese tiempo cuando Dios irrumpió en su existencia. El mensajero de Dios la saludó con el título de «llena de gracia». La que disfrutaba del favor de Dios. Se le confiaba una misión: dar a luz un hijo, a quien había de poner por nombre Jesús.

«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». No cabía otra respuesta terrena a la propuesta celestial. Una nueva Eva aceptaba los planes de Dios para un mundo renovado. María es la creyente que escucha la palabra. María acoge en su seno y ha de dar su propia sangre a la palabra que ilumina y salva.

Su pariente Isabel la saluda con el elogio más certero y la bienaventuranza más bella: «¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1,46). Ha concebido a Dios en su vientre, porque ha aceptado a Dios en su mente.

María del camino. María de los caminos. María camina hacia Belén para ofrecer al mundo un Salvador, para mostrarlo a los pobres y marginados como los pastores, para presentarlo a la veneración de los lejanos y los entendidos, como los magos, para ofrecerlo a Dios como primicia, para aprender las rutas del exilio.

María sale al encuentro de Jesús cuando su presencia parece haberse perdido. Entre la angustia y el asombro, pregunta por el sentido de su ausencia. En silencio conserva en su corazón el aliento del misterio. Ella es la parábola de todos los caminos, de todas las huidas, de todas las búsquedas, de todas las preguntas.

Entre el barullo de la fiesta de Caná, sólo dos frases de María. Una para su Hijo: «No tienen vino». Otra, dirigida a los sirvientes: «Haced lo que él os diga» (Jn 2,1-5). Dos palabras para una misma confianza. Atenta a las necesidades de los hombres, vive en la intercesión y la súplica.

Los caminos de Jesús habían de llevarlo hasta la entrega de su vida. En pie junto a la cruz, María recibe las últimas palabras del Hijo. Siempre lo había hecho. Pero ahora recibe también, con ánimo generoso, al discípulo amado de su Hijo (cf. Jn 19,25-27). Fiel a su Hijo y Señor, recoge su testamento y se mantiene abierta para albergar a la humanidad.

Un fragor como de viento impetuoso. Un resplandor como de lenguas de fuego. Y el Espíritu Santo se posó sobre cada uno de ellos. La fiesta de la siega, o de Pentecostés, se convertía en la fiesta del envío. Comenzaba la misión. Y María está allí, en silenciosa plegaria, como gestando la nueva comunidad.

María es el resumen del Evangelio. El paradigma del Evangelio. Lo suyo era la escucha de la palabra de Dios. De aquella palabra dependió su vida.