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Publicado por
JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES
León

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Liturgia dominical

Este domingo nos presenta la hermosa alegoría de la vid y los sarmientos en el contexto de la Pascua. Es una comparación sencilla, pero con muchas sugerencias para la vida cristiana. La imagen apunta claramente a una comunión de vida con Cristo. Como la savia llega a los sarmientos y les permite dar fruto (y, por contrario, la separación produce esterilidad y muerte), así nosotros con Cristo: «Sin mí nada podéis hacer». Celebrar la Pascua es, además de alegrarnos con el triunfo de Cristo, incorporarnos, por el Espíritu, a la Nueva Vida de Cristo.

Un buen fruto viene de un árbol bueno. Por las buenas obras reconocemos también a los fieles. Una fe sin obras es una fe muerta, por inoperancia, pura credulidad o presunción. Por eso, cuando la vida cristiana no se llena de Evangelio, no es cristiana; pero, si discurre al margen de la vida y sus cuestiones, no es vida. La síntesis se verifica cuando se unen fe y vida. El cristiano se bautiza, va a misa, reza y se casa por la Iglesia. Todo eso ha de hacerlo para expresar y celebrar la fe. Pero no es lo que ha de hacer por tener fe. Esta obliga a hacer obras buenas. Debe proclamar su fe ante el mundo, pero si su fe solo es pura palabrería o ensoñaciones utópicas, la garantía de autenticidad estará en la dedicación a transformar el mundo. ¿Qué es estar bautizado, si no hay compromiso? ¿Qué significa comulgar, si no hay voluntad de compartir los bienes que hemos recibido de Dios? ¿Para qué casarse por la Iglesia, si no hay disposición de amarse mutuamente como Cristo ama a su Iglesia? Ser cristiano no es un certificado de buena conducta, sino un compromiso con la vida y de por vida. Tener fe no es un lujo o un privilegio, sino una tarea. Lo que hay que esperar del creyente no es que diga que lo es, sino que lo demuestre. No se esperan solo palabras, gestos, símbolos, sino obras, y obras buenas que ayudan a hacer un mundo mejor.

La alegoría de la vid nos habla de unión permanente, de poda constante, de frutos abundantes. El sarmiento tiene que estar constantemente unido a la vid, si no quiere secarse. Y un sarmiento seco, ya se sabe, no sirve para nada; como las zarzas o los cardos. Además, si por los sarmientos corre una misma savia, ellos deberán estar unidos, no puede haber distancias entre ellos y, mucho menos, incomprensiones, desconocimientos y rivalidades. Si Cristo está en todos los sarmientos, la unión con Cristo significa estar unidos a todas sus prolongaciones. Ya que Cristo se prolonga en los hermanos, no cabe que amemos a un Cristo y desconozcamos al otro Cristo. El amor cristiano, en vertical o en horizontal, es un mismo amor.