A LA ÚLTIMA
Las ruinas de Palmira
N o sería la primera vez que Palmira es destruida, pero en los más de 17 siglos transcurridos desde que Aureliano la arrasó como castigo por declararse la ciudad independiente de Roma, los métodos de destrucción se han desarrollado mucho, y la barbarie, también. Volney embelesó a los lectores del XIX, y aun a los del XX, con su relato de la magnificencia y del ocaso, sobre todo del ocaso, de la ciudad de Palmira, conservado hasta hoy como un bellísimo y melancólico oasis de piedra. Puede que mañana no quede, como ha ocurrido recientemente con Nimrud o con Nínive, ni el ocaso. Es decir, ni el ocaso del ocaso del ocaso.
El mundo vive un momento Palmira, acometido por la barbarie que usa el último grito en sistemas de demolición total. Primero caen las criaturas humanas, y luego las piedras. Allá donde se mire, en las aguas donde contraviniendo la primera ley del mar, la de socorrer a los náufragos, se les abandona a su suerte, o entre los cascotes de cualquier ciudad bombardeada, triunfa el espíritu genocida, erradicador, no de las cavernas, pues en aquél tiempo lo más que se podía llevar uno era una pedrada, sino, paradójicamente, de la civilización.
Los asesinos constituidos en bandas, o en ejércitos, o en estados, usan móviles y tabletas de última generación, ven partidos de fútbol vía satélite entre matanza y matanza, viajan en avión y dominan la técnica de los videoclips y los publirreportajes. A ésta civilización que ha sido capaz de producir tales excrecencias le va sobrando, al parecer, todo vestigio de civilización verdadera.
Entre tanto, en España quedan unos pocos días para que se perpetre el enésimo escamoteo de la regeneración, o revolución, o como quiera llamarse a la limpieza profunda de la podre que la envenena. ¡Qué campaña más asténica, más gris, más ruin, más feble, más ridícula, en un momento tan crucial! El domingo, elecciones. Para entonces, ¿habrá sido ya Palmira borrada de la faz de la Tierra?