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Publicado por
José-Román Flecha Andrés
León

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Cada día su afán

A todos nos preocupan la pobreza y la injusticia, el individualismo y la corrupción. En su exhortación La alegría del Evangelio , el Papa Francisco nos ofrece muchas sugerencias para emprender y continuar con esperanza y alegría la tarea de la evangelización encomendada a todos los cristianos.

Para comenzar, afirma el Papa que quienes se dejan salvar por Jesús son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior y del aislamiento. Tras mencionar estas cuatro esclavitudes, añade que «con Jesús siempre nace y renace la alegría».

El individualismo que caracteriza este momento hace que muchas personas se vean atrapadas en las redes de la tristeza y la desesperanza. Según el Papa, también los seguidores de Jesucristo, a veces «se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida».

Pues bien, ese estado de ánimo no es humano ni humanizador, porque no responde al deseo de Dios. «Esa no es la vida en el Espíritu, que brota del Corazón de Cristo resucitado» (EG 2). De hecho, la Palabra de Dios nos invita a gozar de la alegría que se encuentra en los pequeños acontecimientos de la vida cotidiana.

Entre las invitaciones del Evangelio a vivir en la alegría, recuerda que Jesús mismo se llena de alegría en el Espíritu (Lc 10,21) y promete a sus discípulos una alegría que el mundo no podrá arrebatarles (Jn 16,20-22). El evangelio constata, además, la alegría que ellos probaron al ver a su Señor resucitado (Jn 20,20).

Según el Papa Francisco, el anuncio del Evangelio «ofrece a los creyentes, también a los tibios o no practicantes, una nueva alegría en la fe y una fecundidad evangelizadora» (EG 11).

Para los cristianos es evidente que la alegría no puede confundirse con las satisfacciones, aun necesarias, que la vida puede ofrecernos. La alegría es un signo de que el Evangelio ha sido de verdad acogido, anunciado y está dando fruto, pero no siempre garantiza la satisfacción.

Junto a la alegría, se nos exhorta a recibir el don del amor y a asumir la tarea de vivirlo, comunicarlo y llevarlo a producir obras y estructuras de justicia. Es preciso salir de la propia comodidad para «acompañar» a todos los miembros del pueblo de Dios y aun a todos los hombres y mujeres, especialmente a los más pobres y vulnerables.

Es urgente anunciar el amor salvador de Dios que se manifiesta en Jesucristo muerto y resucitado. Las obras de amor al prójimo revelan la gracia del Espíritu y hacen posible la convivencia social en la sociedad civil. Todas las virtudes están al servicio de la respuesta del amor humano al amor divino.

Las dos primeras manifestaciones del fruto del Espíritu son el amor y la alegría, tal como es presentado en la carta de San Pablo a los Gálatas (5,22). A estos dos valores generan la paz social. A ella aspiramos, tratando de participar en la promoción de la justicia y del diálogo en nuestra sociedad.

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