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L a presencia de Felipe González en Venezuela le honra como ciudadano y le enaltece como político. Viajar a Caracas para contribuir a la defensa de los líderes opositores encarcelados por el régimen chavista es una misión no exenta de riesgos. Que haya puesto en riesgo la comodidad de su condición de sénior de la política acredita que no ha perdido sensibilidad para captar toda señal de injusticia.

Es también una manifestación de coraje que demuestra que no se deja amedrentar por las groseras descalificaciones de Nicolás Maduro, presidente de Venezuela. Felipe es una figura muy admirada en América. Hace un gesto de valentía personal y de compromiso con la defensa de los Derechos Humanos, similar al protagonizado en su día por el primer ministro de Suecia, Olof Palme denunciando las tropelías de la dictadura franquista.

Felipe tiene dicho que su aproximación a Leopoldo López, Antonio Ledezma y Daniel Ceballos —los líderes opositores encarcelados— se limitará a intentar visitarlos en la prisión y asesorar a los abogados que les defienden de las acusaciones de estar detrás de un supuesto intento de golpe de Estado. No pretende ir más allá, pero su sola presencia forja una novedad de indudable valor simbólico que obliga al aparato chavista a moderar sus actuaciones.

Tampoco Felipe está solo. Cuenta con el apoyo de figuras notables de la política suramericana, tales como el presidente Santos de Colombia o el ex presidente chileno Lagos. Y también, con el Gobierno español. Apoyo expresado por el ministro García-Margallo y explicitado por la presencia de funcionarios de la Embajada de España que le esperaban a su llegada. Puesto que en la política todo se relaciona y entrevera sería útil que de manera contundente también expresara su posición en este asunto la actual dirección del PSOE (secretario general, Pedro Sánchez) que anda metida en cabildeos post electorales con Podemos (partido nada crítico con los extravíos del régimen venezolano). Más que nada para que todos sepamos a qué está jugando cada uno. En el caso de González, está muy claro. El papel de otros es más ambiguo.