Diario de León
Publicado por
JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES
León

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Liturgia dominical

La Palabra de este domingo ofrece tres puntos de reflexión. El primero, interesante pero a veces imperceptible, es ver cómo el Reino de Dios se hace realidad en el presente: captar el amor divino que actúa en el hoy de la creación y del hombre. Que el evangelio diga que «la tierra va produciendo... ella sola» alude a que Dios no ha dejado de su mano la obra creada. De ahí que seamos corresponsables de la creación. El segundo: ver a la Iglesia como Dios la ve, como «germen y principio» de su Reino. Esta es la manera más exacta de contemplarla, y de poder amarla. En la Iglesia y por la Iglesia tenemos un conocimiento más vivo y cabal de los valores del Reino, lo que nos ayudará a vivir la fe de manera ajustada a la realidad. El tercero es más espiritual y sacramental. ¿Dónde radica la fuerza y la fidelidad de los santos, testigos del Evangelio, que pueden ser personas humildes y poco relevantes...? ¿Dónde nace el dinamismo de los Sacramentos y de la Palabra proclamada que hace cambiar de sustancia a personas y materia? Es claro que no son los medios y sabidurías humanas. ¡Es la obra de Dios!

Efectivamente, Dios es la causa primera del crecimiento del Reino. Pero eso no justifica nuestra pasividad. La parábola pide obras, como el salmo pide el trabajo de constructores y centinelas. Dios no pone los ladrillos de la casa, pero sin él la labor de los albañiles es nada. El Reino, se muestre como se muestre, no es fruto del activismo humano, pero tampoco crecerá sin la aportación del hombre.

También anima la parábola a la paciencia y a no buscar la eficacia inmediata. Jesús usa la comparación de la semilla que da su fruto, pero... lo da a su propio ritmo. Sin manifestaciones efectistas. Un apunte más: al actuar en el mundo con sentido de fe, a menudo nos quedaremos en «no entender» y no poder «medir» ni controlar el crecimiento de este Reino, ya que la semilla germina «sin que el labrador sepa cómo». El Reino no llega como un ejército de ocupación o una revolución espectacular; es una semilla insignificante (aunque llena de vigor interior, como destaca la 1ª parábola), y por eso crece y da fruto. En la Eucaristía también hay reflejos de este mensaje: tanto la Palabra, semilla fecunda y vigorosa, como el banquete eucarístico, alimento que Cristo nos da como garantía y semilla de vida eterna, tienen mucho de escondido y de discreto. Son elementos simples, pero de una absoluta eficacia salvadora. En este doble alimento que Jesús Resucitado nos regala, encontraremos fuerza suficiente para ayudar a que la semilla del Reino crezca, se multiplique y se extienda en esta tierra.

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