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La normalidad de la diversidad

España es el país del mundo con mayor aceptación de la homosexualidad, hoy se sitúa en el 88%, cuando se cumplen diez años de la aprobación del matrimonio gay.

La bandera arcoíris en el Ayuntamiento madrileño.

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daniel roldán | madrid
León

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«Es una victoria para Estados Unidos». Esta frase grandilocuente bien podría haber sido pronunciada por cualquier portavoz de la poderosa Unión estadounidense para la Defensa de las Libertades (ACLU, en sus siglas en inglés). Pero no fue así. Son palabras de Barack Obama, el presidente de Estados Unidos que el viernes se mostró feliz porque la Corte Suprema había legalizado el matrimonio homosexual en todo el país. Incluso los perfiles de las redes sociales abandonaron el habitual blanco de su casa por la bandera arcoíris. Pero no siempre fue así. Obama no se mostró abiertamente favorable hasta mayo de 2012, cuando en una entrevista televisiva aseguró que había reflexionado después de comprobar los efectos de la eliminación de las restricciones en el Ejército y tras haber hablado con parejas.

Sin embargo, el presidente estadounidense cambió de opinión, fruto de la reflexión personal, coincidió con año de reelección y con la necesidad de contactar con unos votantes más jóvenes y abiertos en sus convicciones y que forman ese 60% de personas -según la última encuesta de Pew Research Center- que acepta con normalidad los matrimonios gais. Ahora aplaude la decisión del alto tribunal y se siente «feliz» por el fallo. Ese colectivo juvenil, por ejemplo, se ha dado en Irlanda. Un país donde hace solo dos décadas la homosexualidad era ilegal, el aborto -aunque sea por violación- está fuera de la ley y el divorcio consentido desde 1995, dio un verdadero sopapo a las convenciones del país con un sí rotundo a la legalización de estas relaciones. Además, fue la primera vez que se tomaba una decisión de este calado consultando al pueblo en referéndum. Un pueblo que se declara en un 85% católico pero que ha desoído los consejos de la jerarquía católica irlandesa, azotada por los escándalos sexuales.

Una jerarquía que se ha mostrado en contra de estas uniones, pero que no ha hecho una campaña tan proactiva como sus homólogos españoles hace diez años. El 18 de junio de 2005, una veintena de obispos encabezados por Antonio María Rouco Varela, acudieron a una manifestación a favor de la familia tradicional. «Es una inclinación objetivamente desordenada», argumentaba tres días después Juan Martínez Camino, portavoz de la Conferencia Episcopal. «En cuanto pase un poco el tiempo se verá que los ciudadanos tienen razón», argumentaba, en plena manifestación, Ángel Acebes, entonces secretario general del PP. «Asistimos a la voladura del matrimonio», indicó hace diez años el entonces arzobispo de Valencia, Agustín García-Gasco. Pero no ocurrió nada de eso. Es más el índice de aceptación de la homosexualidad en España no ha dejado de ascender: si hace una década estaba en el 80%, el estudio de Pew Research Center la sitúa en el 88%. A la cabeza en el mundo, cuando hoy se cumplen diez años de la aprobación de la ley.

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