Diario de León
Publicado por
JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES
León

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Liturgia dominical

Una oveja sin pastor no es una oveja libre, aunque lo parezca. Es en realidad una oveja descarriada: va errando por los montes sin saber adónde ir, y está expuesta al asalto de cualquier alimaña. También los hombres, para ser verdaderamente libres, necesitamos un pastor que oriente nuestros pasos e ilumine nuestras opciones, pues la libertad humana es responsabilidad y sólo puede actualizarse cuando el hombre escucha y responde a una llamada. Por lo tanto, necesitamos un pastor que nos llame. Pero ¿quién será ese pastor? ¿Acaso otro hombre? No, porque sólo Dios puede ponerse delante del hombre. Por eso dice el Señor después de condenar a los falsos pastores de Israel: «Yo mismo reuniré al resto de mis ovejas». Y si todo hombre, para ser libre, ha de responder, es claro que sólo es Dios quien puede llamar al hombre. Jesús es para todos los creyentes la misma Palabra, hecha carne, que Dios pronuncia dentro del mundo.

Hoy no nos gusta que nos digan que somos como un rebaño... Un rebaño da la sensación de un grupo de gente sin personalidad, que va donde todo el mundo y se deja arrastrar sin saber por qué. Por eso, según como se mire, estas imágenes que aparecen a menudo en la Escritura y nos presentan al Señor como nuestro pastor y a nosotros como el rebaño que Él conduce, pueden sonarnos como algo raro y sorprendente. Sin embargo, si lo pensamos un poco, nos daremos cuenta de que Dios, por Cristo, no quiere hacer de nosotros un rebaño sin personalidad, que le sigue sin saber por qué. Por eso, este domingo, cuando en la I Lectura Dios nos promete un pastor que reunirá a las ovejas dispersas, el Salmo nos dice que el Señor es nuestro pastor y el Evangelio nos comenta que Jesús se compadece de la gente «porque andaba como oveja sin pastor», no se nos está invitando a ser un rebaño sin voluntad y sin personalidad; al contrario, nos está diciendo que, reconocerlo a Él como pastor, es admitir que en Él tenemos la vida, que sólo Él puede liberar plenamente nuestra existencia y así llegar a ser plenamente personas.

Aquellas gentes del tiempo de Jesús lo habían visto y escuchado, y habían hallado en Él algo que les cambiaba la vida, daba sentido a las cosas y les descubría posibilidades inesperadas: los caminos de Dios. Aquellas personas se habían sentido a menudo desanimadas y como perdidas; vagaban, según dice el evangelio, «como ovejas sin pastor». Por eso, ahora, al encontrar a Jesús, no quieren dejarlo por nada del mundo y no le permiten siquiera retirarse un momento a descansar. Quieren ser su rebaño, y lo quieren de forma convencida. Nosotros, ante este evangelio, podríamos hacernos esta pregunta: en nuestro caso, ¿queremos ser el rebaño de Jesús? ¿Tenemos ganas de serlo? Aquella gente quería serlo porque sentían una necesidad profunda: andaban solos y sin guía, y no querían seguir así; eran muy conscientes de lo mucho que les faltaba, y creían que Jesús les podía abrir nuevas posibilidades. En esta experiencia está la base de nuestra condición cristiana.

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