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Publicado por
JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES
León

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Liturgia dominical

Ante las exigencias que Cristo plantea, hay quien opta por un dios cómodo y llevadero, que, simplemente, transija con la vida que solemos llevar y no pide cambios ni conversiones. Dioses así, evidentemente, no aportan al hombre más que una pequeña satisfacción del yo, una relativa tranquilidad de la conciencia y poco más. Pero no aportan vida, porque son dioses que fabrica el propio hombre y por mucho que se autodivinice, nunca podrá darse vida a sí mismo. Nosotros en la Eucaristía proclamamos la disposición de aceptar la Palabra de Dios, por muy exigente que nos pueda resultar, porque reconocemos que esta es la única palabra que, de verdad, da vida al hombre.

El evangelio de este domingo ofrece algo muy actual: la tensión que se da entre creer y no creer, aceptar o rechazar, acoger a Jesús como Señor o quedarnos en su humilde condición familiar. Es la misma tensión repetida en la historia de la Iglesia. Hay quienes justifican su increencia por los defectos de los cristianos, es decir, quienes dicen no creer ni en curas ni en obispos ni en Papas. Efectivamente. No se cree en los curas, sino en Cristo. Pero para aceptarle, hay que aceptar también a los que forman la Iglesia, que tienen lógicamente sus limitaciones y pecados.

No es fácil aceptar el mensaje de Jesús, reconocerlo como «el pan bajado del cielo». En un mundo materialista y utilitarista, el discurso eucarístico parece fuera de lugar. Ya los judíos coetáneos de Jesús dijeron que aquel modo de hablar «era inaceptable». Pero, Jesús es la opción fundamental para el auténtico creyente. El cristiano opta por acoger al Dios vivo, que exige fidelidad, y rechazar los falsos ídolos muertos, que no exigen nada. Opta por la fe, fruto del Espíritu, frente a los razonamientos terrenales, por la gracia frente al pecado.

Fácilmente se comprende que exista una especie de semi-dios que hable de Dios con lenguaje misterioso, haga prodigios y solucione nuestros problemas. Pero no se comprende, en cambio, que un hombre como nosotros hable de un Dios a quien llama Padre con la naturalidad y la confianza de un hijo. También se entiende que, para sobrevivir y tener dinero, hay que trabajar. Pero no se entiende que haya que trabajar por conseguir un mundo con gente capaz de dar la propia vida para que otros puedan vivir. Se acepta a un Dios tapa-agujeros, símbolo de lo que querríamos ser y no podemos, un Dios blando al que hacemos decir lo que nos conviene y nos deja tranquilos. Pero no se comprende un Dios que se hace presente de una manera total y definitiva en un hombre. ¡Un hombre, además, que acabará colgado en una cruz por los que se dicen defensores de Dios! No se comprende un Dios que ama tanto a los hombres que nos quiere libres y responsables, para ser verdaderos hijos y no esclavos o marionetas. El creyente debe tener claro el camino que tomar.

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