Diario de León
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LUIS DEL VAL
León

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N o hace mucho, un editorial del New York Times censuraba a los países del Este por su insolidaridad con los refugiados que llegaban a Europa. Es lo políticamente correcto, lo que hay que decir para que no te tachen de insolidario, insensible, ultraconservador o, si usted vive en España, facha. Sin embargo, Estados Unidos ha dedicado muchos millones de dólares a México para que impidan llegar a Estados Unidos refugiados procedentes de Centroamérica, donde, de vez en cuando, en Salvador, Honduras y un largo etcétera, se producen situaciones que obliga a la gente a marcharse, no para vivir mejor, sino para no morir.

La CIA está bastante preocupada porque entre los refugiados que llegan a Europa se introduzcan yihadistas que se pongan a trabajar en la formación de una quinta columna. Y esa misma inquietud, parecido recelo, se baraja en los altos cargos de los ministerios de Interior de los países de la UE. Asimismo, no son pocos los artículos que se han publicado en la prensa española, abundando en un asunto que no es descabellado, sino bastante probable.

Pero quien ha concentrado toda la atención, todas las críticas y todas las censuras, ha sido el obispo de Valencia, Antonio Cañizares, al decir lo mismo en voz alta. Comentaba un viejo teólogo que todo hombre tiene un pájaro dentro de su cabeza y que sólo los obispos piensan que es el Espíritu Santo. Pero lo malo no es lo que crea el obispo, sino que el pájaro de quien le escucha sea una lechuza mirando fija siempre hacia el mismo sitio, la lechuza que no admite matices. Y los matices no sólo están permitidos, sino que son necesarios en todo: en la religión, en el feminismo, en la ecología, porque de lo contrario corren el peligro de convertir a sus seguidores en fanáticos. Hay fanáticos a quienes les pone nervioso cualquier cosa que diga un obispo, que es tan grave como si los obispos se pusieran nerviosos cuando hablara un ecologista. Los problemas nunca son unívocos, ni sencillos: poseen tanta facetas como un brillante, y sólo los tontos contemporáneos creen que se pueden solucionar sin advertir los muchos y numerosos matices que contienen.

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