Diario de León

Más de un siglo de luz

El secreto está en el sol

Herminia Francisco cumple 107 años con la felicidad de haber conocido a su tataranieto, y la única pena de no poder moverse ya sin su silla de ruedas.

Herminia Francisco sopló ayer las velas en su casa de Santa Olaja de la Ribera.

Herminia Francisco sopló ayer las velas en su casa de Santa Olaja de la Ribera.

León

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Herminia Francisco da unos besos de pueblo que saben a gloria. De esos fuertes y seguidos, con restallete, agarrándote la mano y la cara. Señala con su dedo moreno al fotógrafo. «A tí también te voy a besar». No sabe que él, que tuerce el morro a muchos apretones de manos, no se perdería un beso de esos por nada del mundo. «Me alegro de verles con tanta salud, que sigan bien», se despide. Ella sólo se lamenta de llevar dos años en una silla de ruedas, aunque se levanta para demostrar que puede ponerse sola en pie y posa coqueta para las fotografías. Que se sepa. Eso y que ya no ve bien. Con lo que le gustan las revistas. Más si sale Javier Bardem. «¿Has visto alguna vez un hombre tan guapo?». Habrá perdido vista, pero no el ojo ni el gusto.

Del resto está perfectamente. «Yo estoy bien, aquí, sin poder salir, pero bien». Ni una pastilla. Y esperando la tarta. «Como de todo, pero lo que más me gusta es el dulce. Bizcochos, bollos...». Le ponen tres velas: 107 años. «¡¿Tantos?!», salta como en un susto. «Ah, sí. Ahora me parecían muchos...».

Los ha vivido todos en el entorno de Villarroañe, donde nació, y Santa Olaja de la Ribera, donde vive. «A las fiestas iba también a Villaverde. Me gustaba bailar». Su hijo la llevó una vez a Gijón, a ver el mar. Lo que más le llamó la atención fue ver tanta gente paseando. «¿Pero estos no tienen que trabajar?».

Porque el resumen de su vida lo hace fácil, y lo repite una y otra vez. «¿Que qué he hecho? Pues salir todas las mañanas con el azadón a mullir. Lo que fuera. Al campo. Ponía el puchero para todos estos (señala a sus hijos) y me iba a mullir. Cuando volvía, si se había quemado, pues comíamos igual». Así día a día, un año tras otro.

De la escuela a la tele

De sus primeros tiempos en la escuela recuerda cómo aprendió las letras. «Las cuentas menos. Pero leer sí». Y poco más entretenimiento tuvo. Ahora le gusta ver la tele, la misa, y sobre todo cosas de la Pantoja. ¿No le molesta tanta gente discutiendo? «Me da igual, con tal de no discutir yo...». Del resto, incluida la política, asegura que le interesa conocer lo que ocurre. «Aunque ahora ya también paso bien sin saberlo».

Dicen sus hijas que el secreto de su longevidad está en el sol. «Desde siempre, en cuanto amanecía, se ponía en el rincón del patio por donde empezaba a dar. Siempre al sol». Ahora repite de vez en cuando que ella ya no quiere nada, que total ahora ya... Pero se incorpora coqueta cuando el fotógrafo levanta la cámara. Dicen que lleva cincuenta años rezongando cuando tiene que comprar algo, aunque sean unas zapatillas: «Total, para cuatro días que me quedan...» Lleva ya gastados decenas de pares con la misma retahíla.

La estrenó cuando murió su marido, a los 61 años. El próximo mes hará cincuenta años de eso. Ella nunca se planteó que viviría tanto tiempo. Debe ser Herminia la persona con más ‘experiencia vital’ en la provincia. Le resta importancia: «Yo qué sé. Ahora hay ya mucha gente que cumple cien años».

Ella acaba de estrenar carné de identidad electrónico: nacida el 2 de noviembre de 1908. Válido hasta 9999. Tiene cuatro hijos («otro se me murió»), siete nietos, ocho biznietos y un tataranieto. Para ella, «cacaranieto». «Nunca pensé que fuera a conocerle».

Contesta a las preguntas pizpireta y alegre, aunque sus hijas aseguran que cuando se pone tiene un genio del demonio. «Eso dicen ellos. Yo, como soy la que contesto, pues no me parece tanto».

Herminia asegura que ha sido feliz, de hecho sigue siéndolo. Si tiene que dar un consejo para quienes buscan la longevidad, quizá sea ese. «Que vivan bien». Ahora hasta los 108. «Y usted que lo vea», se despide alegre. Pues felicidades.

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