Ser familia es el amor
Liturgia dominical
Este domingo es la fiesta de la Sagrada Familia. Es una ocasión para alabar a Dios porque se hace uno de nosotros, recorre nuestro mismo camino, comparte durante la mayor parte de su vida una sencilla relación familiar. Y está tan metido en esta que la gente se extraña cuando Jesús comienza a predicar, ya que para ellos él y su familia eran unos más en aquella aldea de Nazaret.
Ahí radica la enseñanza más importante de este hecho: Aquel que es la Palabra de Dios, el Hijo de Dios, el Mesías del Reino, puede pasar 30 años creciendo, conviviendo, trabajando en el seno de una familia como cualquiera otra. Jesús, que es la revelación del Amor de Dios, crece, convive, trabaja, como un miembro más de aquella comunidad humana. Ahí aparece una similitud con el Dios que es Tres personas. El conjunto de padre, madre e hijos, es una pequeña sociedad querida por Dios, que, cuando se vive bien, llega a ser una réplica minúscula, pero tierna y hermosa, de la Trinidad Santa. La familia se compone de personas distintas, dueñas de sí mismas, pero unidas en comunión de vida, afectos e intereses por un amor indisoluble que viene de Dios y por eso mismo nos asemeja y nos acerca a El.
Cada comunidad eclesial es también una familia. Por el bautismo somos miembros de la Iglesia, un hogar en el que a nadie se le exige título alguno para entrar. Es el Señor el que nos admite por su misericordia. Es el Espíritu Santo quien nos regala la condición de hijos y nos habilita para vivir el amor mutuo. Es necesario, pues, educar y educarnos en el amor y para el amor. Amar es aceptar al otro como parte de uno mismo y ver su bien como parte de nuestra propia felicidad
Educar para el matrimonio, defender la dignidad de la familia, valorar la paterno-maternidad es descubrir los caminos de la propia dignidad, de la perfección personal y de la felicidad más profunda que se puede alcanzar en este mundo, aunque es en este campo donde se halla una de las llagas más graves de nuestra cultura actual. Por ello los cristianos hemos de multiplicar los esfuerzos para educar bien a los hijos en la familia, animar y sostener y exigir la capacidad educadora de los colegios, cuidar los espacios catequéticos en las parroquias.
El mandamiento del amor, legado por Jesús, es un amor sin límites en tiempo y espacio, porque es amor a todos, que se ha de abrir a los parientes, amigos, vecinos, miembros de la comunidad parroquial, conciudadanos, la humanidad entera. El amor siempre crece: cuanto más se practica, menos se gasta y más se extiende. En este sentido, la fraternidad universal no es una utopía, sino un horizonte que rebasa continuamente las fronteras de sangre, raza, lengua, ideología o religión, hasta la gran fraternidad: la familia de todos los hombres, la familia de los hijos de Dios.
María conservaba todo esto en su corazón. ¿Y nosotros?