Una fe en carne viva
Liturgia dominical
El evangelio de este domingo sigue al del anterior: en Nazaret Jesús anunció «el hoy de Dios» como un acontecimiento de liberación. En la reacción de la gente, Lucas presenta un pequeño modelo de cómo se responde ante el anuncio de Jesús. Al principio cunde la admiración ante Él, ya que sus paisanos conocen cómo ha crecido entre ellos, pero pronto se le ponen en contra. A primera vista todos parecían aplaudir la liberación de pobres y marginados, pero enseguida aparece el rechazo de Jesús como el Ungido de Dios y del modo de realizar la liberación. La primera crítica es sobre su identidad: «¿No es éste el hijo de José?». Esperaban un Mesías iluminado, celestial, superhombre y aparece... el hijo de un carpintero. La segunda crítica es similar: se esperaban de él milagros a bombo y platillo, pero resulta que solo desarrolla su misión si encuentra fe, tanto en los israelitas como en los paganos.
Los de su pueblo son el modelo de los creyentes que pretenden llegar a Dios pasando por encima del hombre, o sea, que entienden la acción divina como una intervención todopoderosa que ocurre sobre el hombre, pero no dentro de este o a partir del mismo. Una religión deshumanizada, angelista y milagrera, que persiste hoy cuando olvidamos que, para que el hombre sea adorador de Dios, es bueno que comience sintiéndose ser humano. Nuestra naturaleza humana no es como un adorno del espíritu: somos hombres o mujeres, o, si se prefiere, espíritus encarnados. Dios no salta por encima de nuestra humanidad ni la fe es una especie de supernaturaleza adosada a la humana, como si ésta fuese un simple soporte transitorio. Toda la liturgia de Navidad subrayaba la idea de que Jesús hecho carne es el punto de partida para entender la obra salvadora de Dios. No hay salvación sin el esfuerzo por asumir toda la condición humana. Es cierto que a menudo Jesús exige a sus discípulos la renuncia y el abrazo a la cruz; pero nunca la renuncia a su condición mortal; pide la renuncia a un yo egoísta que vive cerrado a los demás.
No olvidemos, pues, que no se puede pretender seguir fielmente a Jesús y no provocar, de algún modo, la reacción, la crítica y hasta el rechazo de quienes, por diversos motivos, no asumen el planteamiento cristiano de la vida. Tendría que hacernos pensar el hecho de que los creyentes parezcamos demasiado «normales» y estemos demasiado bien aceptados en esta sociedad nuestra que resulta que no es tan normal ni tan aceptable cuando se miran las cosas desde la fe.