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Publicado por
A LA ÚLTIMA Manuel Alcántara
León

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C uando se va sin dejar señas de su paradero una persona tan divina y tan humana como Umberto Eco, el mundo, que ya está bastante devaluado, vale un poco menos. ¿Por qué hay gente que quiere explicárselo, aunque no tenga explicación posible? Les llamamos a veces, según los tiempos que corran, dioses, profetas, redentores, revolucionarios o aceleradores de la Historia. Umberto era además de escritor, semiótico, fumador de puros, bebedor de distintas versiones de «agua de vida» y sediento de saber. Ahora ha abandonado a su sombra, ese fantasma invisible que nos persigue desde que nacemos, sin lograr darle alcance hasta que la muerte nos reúna a los dos y nuestra sombra y nosotros se fundan. Se deduce que lo importante es el trayecto. Por eso él amaba el periodismo y además de El nombre de la rosa escribió El número cero , hablando de la llamada Tangentópolis . En eso estamos ahora los españoles, siempre influidos por el itálico modo. Somos italianos sin el necesario cinismo que otorga ir a la oficina pisando tumbas de emperadores, pero perseguimos nuestra propia sombra, cada vez más sombría y menos nuestra. José Manuel García-Margallo, ministro de Asuntos Exteriores en funciones, dice que Pablo Iglesia es «leninismo puro» y que no va a entrar como mozo de estoques de Pedro Sánchez y recuerda a los socialistas lo que les ocurrió cuando Azaña le encargó a Largo Caballero que formara gobierno. Son historias antiguas, pero quizá la historia no se repita en forma de farsa, como hemos dado en creer, ya que en su primera versión también era una farsa. Mariano Rajoy, que está visto para sentencia, está muy visto para el público en general, no sólo para el que ocupa las localidades más incómodas y escucha, aunque no las oiga, las protestas por los escándalos de corrupción que envuelven al PP. Forman un paquete tan grande que no lo puede transportar él solo. Los que pudieron ayudarle a acarrearlo no pueden hacerlo porque están pidiendo ayuda. Pesa demasiado en sus conciencias.