CORNADA DE LOBO
Ese aire
Inspire, expire… inspire, expire… inspire… y expiró, difunto que Dios perdone.
Es lo que tiene el aire hoy en las grandes ciudades de todo el planeta, mata poquito a poco, sobre todo en los días de calma chicha en los que se instala sobre la urbe una gran bóveda de mierda en polvo que obliga a sus habitantes a pasar todo el día comiendo y mascando sus propios pedos (llevar mascarilla en Tokio o Pekín será pronto moda en Roma o en París, teme su alcaldesa Anne Hidalgo)… y aunque diga la ciencia que «a nadie le huelen mal sus propios pedos», el problema es que esos pedos son de los demás y de todos a la vez, pedo incesante de tubos de escape y chimeneas, pedo de combustiones, industrias, talleres o aparatos, pedo del odioso vecino que nos trae el viento… o pedo lejanísimo y asiático que se cuela por las isobaras y acaba llegando a Santurce o a Medina del Campo meses después… así que cada vez que respiramos, tapita que nos metemos al cuerpo… ¡a su salud!... (la última sabía a sapo metálico).
Huérfana de industrias, menguada de poblamiento y con las montañas cerca, la tierra leonesa y esta ciudad son al menos ricas en brisas o ventoleras que barren y ¿limpian?, pudiéndose aquí respirar mucho mejor que en Madrid o Pucela incluso cuando infectan este aire los tufos nuestros y familiares: purines, térmicas, micelios, cementeras o gomas quemadas.
El aire y el agua ya no serán nunca lo que eran. Antes, para respirar aire puro subía la gente a la montaña, pero justo a esa altura es por donde pasa hoy el corredor de humo térmico de una central lejana o ese viento chino que se dijo. El aire del planeta va y viene cargándose de tóxicos y risas bobas. Ya sólo en el corazón de los bosques muy tupidos se agazapa el aire limpio… o en la botella de oxígeno a la que te enchufan en el hospital (lo mismo que hoy ya sólo bebemos agua embotellada, llegará un día en que también habrá que comprar el aire en botellas). En fin, el árbol inspira tufo y expira oxígeno… planta uno frente a la ventana donde duermas.