Quinta Angustia

H ace tiempo que me insta Gepé a escribir sobre la que él llama «virgen de mayo», la guardia Raquel Gago… está abducido por el bellezón trágico y cazurro de esa «rapaza» envejecida de golpe y de esa su estampa en el «juicio de la Carrasco» implorando al jurado clemencia, ese rostro suyo tallado por la gubia de la tragedia y roto en lagrimón de mucha angustia como las dolorosas castellanas y marías de calvarios de Gregorio Hernández. De poco le valió ante el inmisericorde jurado popular que acordó recetarle quince años en el maco. Sin embargo, le valió para ganarse al Gran Jurado, más popular y numeroso, miles y miles de gentes que siguieron el «juicio de la Carrasco» desde su tribunal de teles y papeles, un jurado mayoritario en mujeres por tratarse de un crimen «de estado» en el que, además, sólo hay mujeres (a falta de hombres) e inclinado por ello a la piedad de género y a reclamar su absolución o, a mayores, una pena de dos coscorrones con un «ay, ay, tontuela, pardalina, cómo te la liaron».

Le insisto a Gepé que la única virgen de mayo que se me viene al hilo de su ruego es Nuestra Señora de la Quinta Angustia, que tiene su iglesiona monumental en Cacabelos donde le hacen desde hace siglos un mayo con feria y fiesta de mucho ganao y tenderete… y que si se trata del juicio, lo que más me admira es la «virgen madre» de esta causa, la impasibilidad de Montserrat, su sobria y elegante altanería, hierática leona, echándole pecho a lo hecho… y su botellita de agua, como la víctima… pero aún me admira más que no estuviera la acusada en el banquillo (norma de esa sala), sino sentada en serena pose de pintor en un sillón rococó tapizado en rojo episcopal y tras la enorme mesa de madera labrada de los jurisconsultos con un fondo de cortinones rojos que dan a la sala un aire regio y gagá, inédita escenografía para entronizar a una asesina que, junto a su hija Triana, parecen dos nobles sicilianas en ruina en una película de Visconti. Hay ahí mucho más tema y cuadro que en la Gago, le insisto yo.