Diario de León
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CORNADA DE LOBO pEDRO TRAPIELLO
León

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H ermoso idealismo les llevó a miles de kilómetros de su casa a morir en trinchera o paredón. No era su guerra. Pero sí. Y escribieron su página de la historia con mosquetones tuertos, dos cartucheras y en camisa. Eran casi tres mil. Eran los jóvenes estadounidenses alistados en la Brigada Lincoln integrada en las brigadas internacionales que participaron en la Guerra Civil española al lado de la República. De ellos habla en su reciente libro Adam Hochschild, «España en nuestros corazones», que aquí se publicará en breve. Ochenta años después, en Estados Unidos sigue teniendo su tirón la romántica aventura y generosa ilusión de aquellos brigadistas que no luchaban por su país ni por ellos, sino por una razón universal, la libertad frente al fascismo de Hitler y Mussolini al que Franco le estaba poniendo un prólogo dramático y alentador. Apunta Hochschild otras dos circunstancias: paro e incertidumbre tras la Gran Depresión y auge del partido comunista norteamericano que animó a sus bases a alistarse con el apoyo de numerosos intelectuales y de la opinión pública que iba conociendo el conflicto español por las crónicas de corresponsales de guerra como Ernest Hemingway, que escribía para The New York Times desde el hotel La Florida donde todos copiaban a todos y él bebía y ligaba. De los casi tres mil, setecientos no volvieron. Eso agrandó su heroicidad que décadas después exaltaba Joan Baez en los escenarios cantando el «Si me quieres escribir, ya sabes mi paradero».

Y Sócrates, a tocar pelotas: Los yihadistas de hoy ¿no son también brigadistas?, ¿no van a pelear altruistamente a un país extraño y lejano en una guerra que no es la suya?, ¿no es idealismo también?... y si hubo brigadistas heroicos para frenar los fascismos, ¿no los habrá para defender la dictadura teocrática como salvación del mundo exterminando al infiel que lo impide?, ¿no son Siria e Irak un horizonte de aventura y soldada en euros para un joven parado, desilusionado y bronco?... y ojo, también tienen ellos sus hemingways que les coronan de romanticismo idealista.

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