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Liturgia dominical JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES
León

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T e conocimos, Señor, al partir el pan. Tú nos conoces, Señor, al partir el pan» dice una canción muy apropiada para este domingo. Cada domingo es una experiencia de encuentro con el Señor, que anima a un estilo de vida determinado. La comunidad cristiana es esto: somos creyentes -pecadores, pero creyentes- que nos reunimos cada primer día de la semana en torno a Cristo, escuchamos su Palabra, nos alimentamos de él mismo en la Misa, alzamos la mirada hacia la asamblea festiva que describe el Apocalipsis y nos unimos a sus himnos de victoria. Más aún, nos sabemos «enviados» a nuestras ocupaciones como signo profético en medio del mundo, para testimoniar la presencia pascual del Señor y ser, como fermento y sal, un espacio de libertad, esperanza y fraternidad. Signos, nosotros mismos, del Resucitado. Si es así, echaremos las redes y no será en vano.

La relación con Jesús es una experiencia vital. Los primeros cristianos se sienten liberados, hombres nuevos, en su persona. Tienen la certeza de haber encontrado el auténtico sentido de su vida. Esto les da una fuerza especial en la misión que emprenden. Visto desde nosotros, tendremos que preguntarnos: ¿experimentamos esta misma liberación?, ¿Jesús es real y plenamente nuestro salvador? No es una cuestión teórica, sino una experiencia vital. El cristiano es siempre quien se siente ya salvado por la resurrección de Jesús. Y así obra y actúa. Es un Jesús cercano, acogedor, que se presenta de improviso, como un desconocido, y está allí entre ellos. No hay que preguntar por su identidad, todos saben que es Él. Se deja identificar en el gesto y la palabra. Es el Señor, es Jesús, que se sienta a comer y a charlar amigablemente. Jesús está presente de modo sencillo, pero todos saben que algo muy importante ha sucedido, algo que hace estallar la alegría en el corazón. El crucificado está allí, entre ellos, vivo y bien presente. Ha resucitado. Parece increíble (también ellos han tenido sus dudas), pero hay que abrirse a la realidad exultante. El hecho provoca nuevas preguntas, pero todas se quedan pequeñas y cortas y por eso no las hacen. Mientras tanto, Jesús asa los peces, prepara las viandas y todos comen con apetito. El Reino de Dios es así de pequeño y de grande, como una comida entre amigos. Como la fuente viva y diminuta que da origen al gran río. Así, en este corro de amistad, está el origen y la fuerza de la comunidad, de la Iglesia.

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