CULTURA
La mujer confinada en un museo
La rusa Irina Antónova lleva en el Museo Pushkin desde la Segunda Guerra Mundial.
ignacio ortega | moscú
A sus 94 años la rusa Irina Antónova es un caso único en la historia de los museos de arte de todo el mundo, ya que lleva trabajando en el Museo Pushkin desde la Segunda Guerra Mundial, incluido más de medio siglo como directora. «El arte nos hace mejores. Es alegría y felicidad. Nos hace descubrir en nosotros mismos capacidades que desconocíamos», señaló a Efe Antónova en el vetusto despacho que ha ocupado durante varias décadas.
Antónova, que mantiene su coquetería y pidió un par de minutos para arreglarse antes de iniciar la entrevista, llegó al museo de bellas artes directamente desde la universidad en abril de 1945, un mes antes de la victoria sobre la Alemania nazi.
Durante la contienda militar trabajó como enfermera en un hospital, pero su sueño era trabajar en el principal museo moscovita, que acabaría dirigiendo desde 1961. «Llevo prácticamente toda la vida en el museo. Llegué en 1945 y nunca me he ido», asegura sobre su confinamiento voluntario.
Pese a las limitaciones que imponía la Guerra Fría, Antónova siempre fue partidaria de cooperar con los museos de Occidente, lo que le ha granjeado una admiración y un prestigio internacional al alcance de pocos.
Uno de sus mayores éxitos fue traer en 1974 a Moscú «La Gioconda» de Leonardo Da Vinci, que causó un revuelo hasta entonces desconocido en la pacata Unión Soviética.
Esa fue la primera vez que Antónova optó por un formato que se ha convertido en característico del Pushkin, construir una exposición en torno a una sola obra maestra, aunque escoltada por unas pocas piezas como contexto.
Recientemente, Antónova demostró que no ha perdido ni un ápice de sus facultades, ya que en el museo Pushkin aterrizó Olympia (1863) de Eduard Manet, uno de los desnudos más famosos de la historia de la pintura.
El lienzo, considerado precursor del Impresionismo, abandonó París (Museo de Orsay) sólo por segunda vez en el último siglo y medio.
«No lo esperaba. Le dije al director que sabía que era imposible, pero nos lo cedió. Es un gran admirador de nuestro trabajo», admite sonriente.
Antónova cree que es una privilegiada, ya que «la vida está llena de necesidades y muchas personas trabajan exclusivamente para ganarse la vida. En cambio, para mí el trabajo es un estímulo. Hay que amar lo que uno hace». «De lo contrario, nos limitaríamos a comer y beber. El segundo sentimiento es el amor, que es muy poderoso. No es casualidad es que sea tan representado por el arte. Así que, hay que amar y quererse a uno mismo, y también ser crítico, claro», dice En su opinión, «el arte es una segunda realidad. Existe para hacer realidad los sueños, los ideales y las esperanzas del ser humano».