Ser para los demás
C onfesar que Jesús es el Señor no es cualquier cosa; es una decisión fundamental y, por tanto, es algo que transformará radicalmente nuestra vida entera. No se puede decir que Jesús es el Señor y vivir bajo otros señoríos (dinero, placer, poder, estética...). Si de verdad Jesús es nuestro Señor, nuestra vida quedará libre absolutamente para entregarnos, sin limitación alguna, a trabajar por el Reino de Dios, la causa por la que Jesús luchó, vivió y murió. Este es el reto que nos plantea el evangelio de este domingo.
Es imposible vivir la fe sin preguntarme a menudo quién es Jesús para mí. Otros interrogantes ayudan a centrar éste: ¿Qué influencia real tiene el Señor en mi vida? ¿Qué significa confesar a Cristo? ¿Con Él miro las cosas de forma nueva? ¿Cómo es mi adhesión a los valores cristianos? ¿Cómo influyen los criterios evangélicos en mis decisiones? Cada uno examinará su propia postura ante Jesús. La fe es relación, reconocimiento, confesión... La respuesta de san Pedro no fue una definición racional, sino una profesión de fe; fue la respuesta de un hombre hija de la experiencia de que solo no se bastaba, que sabía que sus criterios eran relativos, que se reconocía no poseedor de la verdad y que buscaba la salvación. Pedro reconoce que Jesús es el cumplimiento de todas las esperanzas humanas. Jesús responde dirigiéndose a todos y con una invitación de rango universal. Invita a seguirle y por su mismo camino. «Venga conmigo quien se decida a negarse y a cargar su cruz de cada día». Negarse es no ponerse en el centro, dejar a los demás ocupar el lugar preferente de nuestra vida, darse, amar. Quien así quiera seguir al Maestro, deberá asumir la cruz de cada día que surge si se quiere encarnar el amor en la historia. Y pagará los costes de esa opción, porque a quien se entrega, se lo ponen difícil en este mundo. Quien quiera dejar de pensar en sí mismo y pensar en los demás, la vida se le va a complicar. Sin embargo, Jesús quiere dejarlo bien claro: «El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará». Paradójicamente quien intenta asegurarse y amurallarse para vivir mejor y salvarse, quien busca eludir las dificultades, es quien no salvará su vida, que quedará estéril. Pero quien no se ocupa de pensar en sí mismo, acepta desvivirse por amor y va dejando su vida a jirones incluso hasta la muerte, ése es quien se salva. Esta es la paradoja de Jesús y la que propone a quien quiera seguirlo con seriedad y generosidad. Cristo nos invita a responder, todos y cada uno, a la misma pregunta ¿Quién dice la gente que somos nosotros, los cristianos? Porque hoy Jesús es para la gente lo que de algún modo seamos los cristianos. Que hemos de preguntarnos qué decimos de nosotros mismos y cuál es nuestra identidad.