Diario de León
Publicado por
Liturgia dominical JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES
León

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E n este domingo comenzamos una larga sección del evangelio de San Marcos, la del «camino hacia Jerusalén», que nos acompañará hasta mediados de noviembre. A lo largo de estos domingos de verano y de otoño, Jesús nos instruirá de palabra y de obra sobre su camino y nos invitará a seguirle con decisión, sabiendo a qué nos comprometemos. ¿Estamos decididos a ser receptivos a su palabra, a pesar de las reacciones de resistencias que pueden aparecer en nosotros? El camino es siempre libre: a nadie se le impone el seguimiento, ni siquiera la acogida de Jesús. Ciertamente seguir a Jesús tiene sus leyes y sus exigencias; pero solo para aquellos que le han dicho: «Te seguiré adonde vayas». Nosotros somos de estos: nadie nos obliga a ser discípulos. El cristianismo es un ámbito de libertad; no de imposición. Pero de libertad exigente. La tarea de vivir los valores del Reino no es fácil; eso de entrada. El propio Jesús, Maestro y maestro en estas lides, tuvo serias dificultades a la hora de realizar su misión; acabó con un grupo reducido y aun éstos le abandonaron en los últimos momentos. Por eso, será bueno encontrar la verdadera razón por la que vemos que merece la pena vivir como discípulos de Jesús y desde la cual lo reflejemos, aunque haya que seguir esforzándose para no dejarse llevar por los cantos de sirena de nuestra sociedad capitalista y materialista. La única razón que puede lograr todo esto es el amor. Dios no es el que nos obliga y nos exige, sino el que nos ama, nos da su vida sin esperar a cambio otra cosa más que nuestra felicidad. Dios no nos mira vigilante y airado, ni nos pide cuentas malhumorado cuando caemos en el egoísmo. Dios no nos destruye cuando nos apartamos de Él, sino que reitera su llamada para que sigamos su camino. Dios no necesita nuestro cumplimiento cabal para sentirse «más Dios» y, luego, agradecernos nuestros buenos servicios; nos ama desde siempre, nos amará por siempre, y no por nuestros méritos o por nuestras buenas obras, sino porque es Padre. Dios no nos mira desde la lejanía y la distancia, manda a su propio Hijo para que se haga uno de nosotros y así amarnos a todos con el amor que ama a su Hijo. Dios no nos propone un plan caprichoso y extraño para medir nuestra fidelidad: Dios quiere que seamos personas que lo seamos del todo, que lo seamos para siempre, que alcancemos el límite de nuestras posibilidades; y respeta nuestra libertad para que lo aceptemos o no. Aunque le demos la espalda, nos sigue queriendo y sale cada día a los caminos de la vida con los brazos abiertos. Éste es el Dios en quien hemos puesto nuestra fe... Pero desgraciadamente no siempre es éste el Dios que anunciamos. Aunque tengamos muy buena voluntad, no lo haremos mejor si seguimos nuestros criterios humanos a la hora de anunciarlo. Hemos de aceptarlo y anunciarlo tal y como es.

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