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Cada día su afán José Román Flecha Andrés
León

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E sta obra de misericordia nos exhorta a conocer la suerte de los enfermos. Y nos recuerda que es preciso completar la eficiencia técnica con una presencia humana al lado del enfermo. La atención a la fragilidad de los enfermos hace más evidente que nunca la necesidad de vivir y de transmitir la ternura.

La atención a los enfermos es en el Antiguo Testamento un signo del poder de Dios. Abandonado por sus propios parientes, un enfermo pide a Dios que no lo deje bajar al abismo (Sal 88). Otro enfermo expone ante el Señor el estado en que se encuentra, para pasar inmediatamente a implorar su compasión (Sal 102).

Junto a la protección divina, también la compasión humana es importante para el enfermo. El profeta Elías se compadece de la enfermedad que llega a la casa que le ha acogido. Cuando el hijo de la viuda de Sarepta cae enfermo, Elías ora por él y se lo devuelve vivo a su madre (1 Re 17,17-24).

En los evangelios se dice que quienes tenían enfermos los traían hasta Jesús (Mc 1,32; Lc 4,40) y los colocaban en las calles para que él los curara a su paso (Mc 6,56). Se recuerda que Jesús sanó a muchos de sus plagas y enfermedades (Lc 7,21).

Esa tarea forma parte del mandato de Jesús a sus discípulos: sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos (Mt 10,8). De hecho, Jesús los envía a predicar y a sanar a los enfermos (Lc 9,2; 10,9). Finalmente, en la profecía del juicio final Jesús se identifica con el enfermo que espera ser visitado (cf. Mt 25,36.39).

En la carta de Santiago se encuentra una referencia explícita a un rito de unción y de oración sobre los enfermos. Esa oración y esa unción se identifican generalmente con el sacramento de la unción de los enfermos (Stg 5,14).

Muchos piensan que hoy no queda espacio para llevar a cabo esta obra de misericordia. Pero no es verdad. Todos podemos aprender las tres actitudes que san Juan Pablo II extraía de la parábola del Buen Samaritano.

• Hay que cultivar la sensibilidad humana para aprender a detenerse para descubrir el dolor de los que sufren.

• Es necesario aprender a compadecerse y colocarse sinceramente en el puesto de la persona que sufre.

• Hay que aprender a prestar al enfermo, y en general a todas las personas que sufren, una ayuda apropiada y eficaz, tanto personal como institucional.

Quien se acerca con delicadeza y generosidad a un enfermo recibe más que lo que entrega. Con su paz y su oración, el enfermo nos descubre lo que somos en realidad. Nos revela nuestra debilidad y la fuerza de la gracia. El misterio de la cruz de Cristo. Al visitar y atender al enfermo, nos acercamos al Señor.

Esta obra de misericordia constituye también en nuestros días un gran desafío para promover una mayor humanización de la sanidad. Y una defensa decidida de la dignidad de la persona humana.

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