Espartaco
E l diputado por Jaén Diego Cañamero demuestra una vez más que prefiere los encuentros simbólicos a las parrafadas parlamentarias. Ahora se está defendiendo de ser dos cosas: un jornalero y un insumiso judicial. Lo defiende su biografía y su llamado historial delictivo, que no contiene ningún delito que le haya beneficiado a él entre más de setenta detenciones, algunas palizas uniformadas y varias estancias gratuítas en villa Candado .
Los avatares políticos no deben hacernos olvidar que «siempre tiene razón el sufrimiento» y está claro que la lucha de este hombre nunca se emprendió con el objetivo de vivir mejor que el de enfrente, ni ser más rico, ni trabajar menos al sol. Espartaco ha peleado siempre por los demás. Cuando le conocí, fugazmente, me transmitió ese inconfundible aire miguelhenandiano de los que van dejando «un olor de herramientas y de manos», además de algunas huellas ensangrentadas. Los que odiamos la demagogia no somos fáciles de engañar: distinguimos a los farsantes, sean del partido que sean, incluso a los que se apuntan anticipadamente al que puede ganar.
Quiero decir que me gusta más un hombre como Diego Cañamero que un excelentísimo señor como el exministro y exbanquero Rodrigo Rato. Sería cómico si no fuera grotesco querer buscarle las vueltas a quienes han andado siempre tan derecho. Ahora que es congresista se le achaca haber favorecido a su familia cuando ejerció como alcalde de El Coronil. ¿Dónde están los ricos de la saga Cañamero? ¿Dónde están sus suntuosas mansiones y sus fincas pagadas con una subvención y otra subvención? El inevitable odio español recomienda no darle ni agua al enemigo, pero no hay que pasare y envenenar la que bebe en su propio botijo. La campaña que se está llevando a cabo contra la familia Cañamero es verdaderamente ridícula: quienes la dirigen ven a un potentado en todo el que haya ampliado su casa, añadiéndole un cuarto de baño de dos metros cuadrados. Lo peor de la célebre lucha de clases es que participa en ella mucha gente sin clase.