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Liturgia dominical JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES
León

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E ste domingo el evangelio de S. Lucas presenta las tres parábolas de la misericordia. En ninguna de ellas se afirma que Dios ame más a los pecadores que a los justos; lo que interesa es saber que Dios ama también a los pecadores: «Dios no se complace en la muerte del pecador, sino en que se convierta y viva», dice el profeta Ezequiel. Lo importante es descubrir que Jesús «vino a buscar y salvar lo que estaba perdido». El pecado es apartarse de Dios y hacer de las propias apetencias lo más importante. Pero Dios respeta nuestra libertad y así se hace posible que, al tocar el fondo de la miseria, el hombre recapacite y se convierta. El primer paso de la conversión es reconocer la propia miseria. Dios no sólo espera al pecador, sino que sale con ternura a su encuentro, lo restablece en su dignidad y lo colma de dones.

La primera parábola es la de la oveja perdida. La negra. La privilegiada en los hombros del Buen Pastor, tras ser buscada con interés por mil lugares. Toda una lección esencial que nos invita a practicar la acogida afectiva de los que llaman alejados. Alejados, ¿de dónde? Porque ¿quién es el eje central para medir esta distancia? Resulta fácil hacerse uno mismo, con las propias ideas, costumbres y creencias, el centro del mundo, de la historia y de la salvación. Dios está por encima de nuestros esquemas. Y otra pregunta: «alejados», ¿por qué? ¿Cuáles han sido los motivos y las circunstancias que han causado este éxodo de personas de la Iglesia? ¿Dónde comienza el cansancio del camino o la debilidad de las espaldas para seguir con la cruz en la noche? ¿Dónde están los Cireneos, los amigos del Buen Pastor? ¿Quién puede despreciar a un hermano que soporta un drama o un peso que no ha experimentado quien pretende juzgarlo?

San Pablo se confiesa «alejado» como «blasfemo, perseguidor y violento». Ha pensado en su camino personal y ahora lo tiene claro. Era necesario que experimentara la misericordia de Jesús, para que él después la predicase con capacidad de contagio. Moisés lo sabe por propia experiencia y por eso llega al extremo de parecer que está más dispuesto a perdonar al pueblo que el mismo Dios. Es un recurso literario del autor, porque aprendió a perdonar del mismo Dios. ¿Es una lección para mí? ¿Me dejo enseñar?

Cuando celebramos la Misa, celebramos la reconciliación que Dios realiza en nosotros. A partir de lo que Dios hace para nosotros en Cristo y de la fe en la sorprendente salvación que acontece para todos, se hace necesario cumplir todas las exigencias del amor: perdonar como hemos sido perdonados.

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