Diario de León

Un amor eterno que no cae en el olvido

Los 120 mayores de la residencia de San Andrés, conmovidos con Amador, de 91 años, que cuida a su mujer con alzhéimer.

Carmen Pita respondió a la sonrisa que le pidió su marido, en la residencia de San Andrés, donde acude a mimarla. SARA CAMPOS

Carmen Pita respondió a la sonrisa que le pidió su marido, en la residencia de San Andrés, donde acude a mimarla. SARA CAMPOS

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pilar infiesta | san andrés

¿De verdad todos los recuerdos se deshilvanan en su mente y sus ojos azules no reconocen?. Yo vi un pequeño titileo en sus pupilas cuando aparece Amador. El caballero Prieto Pita, de A Somozas (Coruña), que a sus 91 años llega impecable y con paso ligero para empujar su silla, estirarle la falda y darle a la boca, con una exquisita dulzura, las galletas reblandecidas en leche que tanto le gustan. Un hombre que la mima con sus palabras de acento gallego, que acaricia con una ternura infinita su pelo, su cara, y la agarra la mano en el jardín de la residencia que ahora es su hogar en un gesto cómplice y tantas veces repetido. Qué siente ella es un misterio para la ciencia, no para él, que llega puntual para cuidarla todos los días, llueva, nieve o haga sol desde mayo de 2014, impulsado por una devoción que hunde sus raíces hace siete décadas. María del Carmen Pita Soto, coruñesa de Moeche, de 92 años, bailó con él siendo jovencita un pasodoble que cambió su destino. Quizás, el alzhéimer que padece la ha hecho olvidar que aquel primer encuentro con el hombre de su vida, que le sigue fiel, fue el 17 de agosto de 1946, en una fiesta de San Roque que le costó una cicatriz junto a la oreja a Amador por separar a dos borrachos; o que él pudo escribirle unas letras desde la mili, porque un primo le dio su dirección. Puede que en su pensamiento se haya diluido cuándo nacieron sus dos hijos, o cómo aquel joven la llevó a Ferrol. «Nos casamos a las nueve de la mañana del día de San Pedro de 1951 sin nada, yo conseguí una plaza en el matadero y dormíamos en una buhardilla con un catre. Ella cosía y yo mataba animales, Dios me perdone. Luego saqué una plaza de conductor del Ayuntamiento. No había mucho dinero, pero nunca le debimos nada a nadie, y vivimos juntos, en paz y tranquilos. No se creerá, pero nunca la vi enfadada», rememora. Hace cuatro años, cuando la enfermedad se agravó, vinieron a León junto a su hija. Después llegó el ingreso en las instalaciones de Caser en San Andrés, donde su bellísima e insólita historia de amor ha enternecido a los 80 trabajadores y a los 120 residentes. «Estuve siete veces en quirófano por dos anginas de pecho y ella siempre a mi lado. Qué menos yo ahora, pero por las noches duermo poco, veo fotografías y me pregunto, ¿no podría ser cómo antes juntos?. Tengo miedo de perderla, soy así... El otro día me sorprendió al decirme: Amador, ¿y si nos vamos ya para casa?». Los investigadores afirman que el amor estimula el recuerdo y el cariño retrasa el alzhéimer.

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