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Liturgia dominical JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES
León

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C onocemos la parábola. Un rico despreocupado que «banquetea espléndidamente», ajeno al sufrimiento de los demás y un pobre mendigo a quien «nadie daba nada». Dos hombres distanciados por un abismo de egoísmo e insolidaridad que, según Jesús, puede hacerse definitivo, por toda la eternidad. Adentrémonos un poco en el pensamiento de Jesús. El rico de la parábola no es descrito como un explotador que oprime sin escrúpulos a sus siervos. No es ése su pecado. El rico es condenado sencillamente porque disfruta despreocupadamente de su riqueza sin acercarse a la necesidad del pobre Lázaro. Esta es la convicción profunda de Jesús. La riqueza en cuanto «apropiación excluyente de la abundancia», no hace crecer al hombre, sino que lo destruye y deshumaniza pues lo va haciendo indiferente, apático e insolidario ante la desgracia ajena. La parábola es un reto a nuestra vocación de solidaridad. ¿Podemos seguir organizándonos nuestras «cenas de fin de semana» y continuar disfrutando alegremente de nuestro bienestar, cuando el fantasma de la pobreza está ya amenazando a muchos hogares? Nuestro gran pecado puede ser la apatía social y política. El paro o los casos de violencia se han convertido en algo tan «normal y cotidiano» que ya no escandaliza ni nos hiere tanto. Nos encerramos cada uno en «nuestra vida» y nos quedamos ciegos e insensibles ante la frustración, la humillación, la crisis familiar, la inseguridad y la desesperación de estos hombres y mujeres.

Dios no quiere la miseria. Ni creo le gusten los sacrificios que la pobreza impone. Al contrario, precisamente porque quiere que todos sus hijos vivan dignamente y sean felices, por eso está tan en contra de la ambición de algunos. Para que su Reinado comience en la tierra, Jesús pone como primera condición la ruptura con la ambición. Sólo los que rompen con ella y escogen voluntariamente el camino de la solidaridad, usando de los bienes como propiedad y destino de todos, éstos tienen a Cristo por referente de vida. Esta solidaridad es muy difícil de practicar en medio de un sistema que que fomenta es la ambición, la avaricia, el poder y el orgullo del más fuerte económicamente. Sólo se libera del sistema pecaminoso que el dinero se ha montado, el que se acerca a los pobres concretos y acepta de ellos el grito interpelante que su miseria le dirige como un clamor profético a la conversión real y con obras de solidaridad. Aquel rico de la parábola no se enteró del mendigo Lázaro que estaba a la puerta de su casa con los perros, cubierto de llagas. Cuando lo supo ya era demasiado tarde. Que no nos pase a nosotros lo mismo.