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«¿Y si votas y no lo hacen bien?»

Una decena de estudiantes ya se ha inscrito en los cursos que la fundación Sierra Pambley imparte para el examen de nacionalidad española. La prueba, que mide el grado de integración de los solicitantes, se realiza desde 2015. Pero ¿cuál es la visión que los alumnos tienen de lo que conlleva obtener la ciudadanía?.

Mario de la Fuente, profesor de la fundación Sierra Pambley, con algunos de sus alumnos. RAMIRO

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León

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cristina fanjul | león

«Tendría que preguntar a personas que la hayan experimentado. Nosotros no tenemos experiencia con la democracia». Desde este año, la fundación Sierra Pambley imparte un curso para el examen que han de realizar todos los extranjeros que quieran acceder a la nacionalidad española. Esta prueba, que se realiza desde 2015, se conoce como ‘test de españolidad’ y recoge 25 preguntas sobre política y cultura españolas que mide el grado de integración de los candidatos en la sociedad. El curso impartido por Sierra Pambley se realizará del dos al 15 de noviembre en horario de 10.00 a 12.00 en la sede de León. La actividad, como todas las que Sierra Pambley organiza para inmigrantes, es completamente gratuita y para matricularse solamente es necesario inscribirse en las instalaciones de la fundación.

Hasta ahora, una decena de alumnos procedentes de Bulgaria, Marruecos, Brasil, Reino Unido, Siria e India se han inscrito para lograr los conocimientos que les acrediten para lograr la nacionalidad.

Pero ¿qué supone para ellos convertirse en españoles? «Cambiar la vida, acceder a todos los derechos, respetar la ley»... Los estudiantes que cada día asisten a las clases de Mario de la Fuente en las aulas de la institución creada por Francisco Fernández Blanco se muestran reticentes a la hora de definir qué supone, qué derechos y qué obligaciones comporta acceder a la nacionalidad española. «Es muy pronto para nosotros», admiten muchos de ellos, que aún revelan la incertidumbre de vivir en un país ajeno. En este sentido, asumen la importancia de compartir obligaciones, de vivir de acuerdo a unos deberes para con la comunidad, si bien alguno de ellos reflexiona acerca de la vida de los emigrantes: «Si nos respetan...»

¿Son capaces de sentirse españoles? ¿Saben lo que implica? Y el silencio se impone hasta que alguien lo rompe para manifestar el sentimiento de la mayoría, y dice que no, «no creo que nadie pueda sentirse de su país de acogida. Nunca. Eso es imposible», y esa idea, a pesar de la carga que conlleva, es compartida con el asentimiento de la mayoría... hasta que alguien le contradice. Una mujer, una mujer siria, que viste sus palabras con un tono de voz tan bajo y sereno que logra concitar de manera instantánea la atención de toda la sala. «Yo sí. Si voy a empezar una vida de cero, debo considerarme una española más, y sí, por lo tanto debo convertirme y sentir que soy ciudadana española».

Una de las cuestiones que menos entusiasmo les despierta es la separación entre la iglesia y el Estado o, dicho de otro modo, la distinción entre los que marca la ley y lo que establece la conciencia de cada cual. «Sí, Estamos de acuerdo en que nadie debe meterse en lo que marca la ley, la religión debe estar separada», defienden unos, pero «la religión nos marca cómo vivir. Nos dice lo que está bien y lo que está mal», sostienen otros. Problema zanjado. Nadie quiere inmiscuirse en un terreno resbaladizo. ¿Y la blasfemia? Pregunta zanjada. A nadie parece interesarle.

Las elecciones atraen más la atención de los estudiantes. «¿Os interesan los programas de los diferentes partidos?», les interroga su profesor que, ante la incredulidad general, les informa de que sí pueden votar en las elecciones municipales. Sin embargo, no parecen muy interesados en el concepto democrático, antes dudan de que sea un sistema del que puedan beneficiarse todos los estados. «En general, la democracia es buena, pero no para todos los países. ¿Y si los que gobiernan no son los mejor formados?», se pregunta uno de los alumnos. La mayoría continúa callada, escuchando o intentando comprender el sentido de unos conceptos que en más de una ocasión han de ser ‘traducidos’ a términos más accesibles para su nivel de español. De nuevo una mujer acalla los murmullos. «Debería preguntarle esa cuestión a personas que hayan experimentado lo que supone la democracia. Nosotros no tenemos experiencia con ella», destaca. Otro se pregunta de qué sirve votar si los que resultan elegidos no cumplen con lo que prometieron.

La igualdad entre mujeres y hombres tampoco parece interesarles demasiado. Ellas permanecen calladas. Ellos consideran que la diferencia es que la mujer puede salir más en España. Hasta que una joven iraquí interrumpe los lugares comunes. «Las mujeres sufren en todos los países del mundo. Pero aquí, en España, puedo trabajar, salir, hacer lo que me parezca», sostiene tras la defensa de un estudiante marroquí que no ve diferencias entre ser mujer en España y en Marruecos.

El ‘examen’ termina con los estudiantes preguntándose qué es ser español. Nada fácil, sin duda. Y surgen dos respuestas que dan una idea de lo que llevan en la mochila: «libertad y seguridad»

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