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Liturgia dominical JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES
León

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C on este I domingo de Adviento empezamos un nuevo año cristiano. Lo hacemos con una convocatoria conocida y nueva a la vez: somos invitados a celebrar el Adviento, la Navidad y la Epifanía. Desde este día hasta el final del tiempo de Navidad con el Bautismo del Señor, van a ser cinco semanas de «tiempo fuerte», en que celebramos la misma buena noticia: la venida del Señor. Las tres palabras, Adviento, Navidad y Epifanía, o sea, venida, nacimiento y manifestación, apuntan a lo mismo: que Jesús se hace presente en nuestra historia para ofrecernos vida y salvación.

Los cristianos centramos nuestra esperanza en una Persona viva, presente ya, que se llama Cristo Jesús. Él es la respuesta de Dios a nuestros deseos y preguntas. No nos salvarán la política, la economía o los adelantos de la ciencia y de la técnica: es Jesús el que da sentido a nuestra vida y la abre a sus verdaderos valores, no sólo los de este mundo. Hemos de estar preparados a la venida continua del Señor, ya que la historia que vivimos es la ocasión de que nos encontremos con ese Salvador que viene a nosotros: Él es el Enviado de Dios. ¡Qué bien que haya sonado este despertador en nuestra vida! El Adviento y la Navidad, como ocurre con la primera hoja de un calendario o la primera hora de la mañana, son llamada y estímulo.

El evangelio del día pide primero vigilancia, toma de conciencia. Es decir, salir de nosotros mismos, de nuestro egoísmo, y mirar a los demás, a los de alrededor, cercano o distante, hermanos nuestros olvidados, marginados, apartados de lo que llamamos bienestar, en el que nos instalamos unos pocos. Una segunda exigencia es la acción. El reino de Dios, la justicia y la igualdad, el bienestar de todos, no es una bicoca o una lotería, sino el resultado de la acción y de la solidaridad de todos. Las cosas no se pueden poner al revés con la facilidad de un calcetín. Hay que vigilar, analizar y proyectar antes de pasar a la acción, para que ésta sea eficaz. No podemos ser pesimistas diciendo que todo está mal. Hay que discernir el bien del mal, conservar lo que beneficia y redunda en el bienestar de todos; pero habrá que modificar y cambiar lo que sólo favorece a unos pocos. Los cristianos, creyentes y miembros de una sociedad humana, tenemos nuestra tarea. La fe no nos sitúa aparte de los demás; al contrario, nos enrola doblemente en la tarea común. Este adviento y todos (pues siempre es adviento para el creyente) debe ayudarnos a ver cómo la esperanza en el reino de Dios se va ya realizando en cada una de las esperanzas y de los logros humanos. Y debe comprometernos en la tarea común, con todos los hombres de buena voluntad, aunque sean distintos por otros motivos. Todavía queda mucho por hacer. Todavía tenemos una gran esperanza. Ojalá tengamos también una gran ilusión que anime y multiplique nuestros esfuerzos.