Diario de León
Publicado por
Liturgia dominical JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES
León

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E l cristiano tiene necesidad de conversión y sabe que ésta no se sitúa exclusivamente en un determinado momento (ni siquiera de un tiempo litúrgico); es una obligación permanente. ¿Qué nos dice que tenemos que cambiar? Precisamente nuestro mundo y nuestras obras: hay hambre, paro, desigualdad, pobreza, acumulación desmedida de bienes, injusticias, egoísmos de todo tipo; hay quien tiene el corazón puesto solo en cosas pasajeras; hay muchos que renuncian a su vocación para apuntarse a una «vida holgada y económicamente estable, una vida segura». Esto significa que seguimos obrando como personas sin conversión. Para decirlo claramente: que los que nos llamamos cristianos pasamos por la vida sin demostrar que somos distintos a los demás. ¿Vemos en el prójimo a un hermano, pasamos de lado ante los problemas de los demás, damos buenos consejos pero sin mover un dedo para ayudarlos? Juan Bautista grita que hay que cambiar. La conversión a que nos invita no se queda en un cambio superficial. Debe empezar por el reconocimiento de nuestra situación de pecadores: quien se reconoce pecador descubre que está necesitado de salvación; quien busca la salvación tiene que volver a Dios, único verdadero salvador; y no hay vuelta a Dios, si no cambiamos el corazón, o sea, el modo de pensar, de ser y de existir. En definitiva, habrá que cambiar las causas de esta situación. Una conversión de este tipo (del corazón) tiene que traducirse en obras. Si no hay obras nuevas, si no hay frutos, es señal de que, en realidad, no hay conversión, de que no buscamos que los sentimientos de Cristo nazcan y arraiguen en nuestra manera de pensar y de actuar.

Ya cerca de la Navidad y para celebrar bien la venida de Jesús, se nos pide que nos convirtamos a Él, que reorientemos nuestra vida. Su venida es portadora de esperanza y salvación, pero también es juicio y discernimiento. Si se nos dice que nos bautizará con fuego y Espíritu, es porque viene a cambiar algo, a quemar, a purificar, a transformar nuestras actitudes. Las imágenes son claras: el hacha ya está apuntando a la base de los árboles inútiles, el fuego ya está pronto para quemar todo lo que sobra, el labrador tiene el bieldo en la mano para separar el trigo de la paja. El Adviento y la Navidad, además de ser fiestas de la venida salvadora de Dios, son también una llamada a tomar en serio su venida y hacerle sitio en nuestro proyecto de vida. No puede quedar todo igual ni en nuestra persona ni en nuestra comunidad después de esta Navidad. Hay que abrir caminos y allanar senderos. Si algo cambia en este sentido, en este Adviento, si conseguimos que haya más comprensión y armonía en nuestras familias o comunidades, si se ve que hay más justicia en nuestras relaciones con los demás, habrá valido la pena preparar y celebrar la Navidad.

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