La contrarreforma

L a Carta Magna se nos ha quedado pequeña y Mariano Rajoy le pide al PSOE que haga el favor de no abordar el tema de la Constitución hasta que sepamos cómo se constituye.

Mientras, el Dios de la lluvia, que no es creyente, se empeñaba en ahogarnos a casi todos. Siempre se ha desentendido del mundo, cuya creación le atribuimos. Demasiada responsabilidad con las que están soltando los cielos vacíos.

La llamada madre naturaleza es neutral y lo mismo nos manda una buena cosecha de naranjas que nos envía un bombardeo de pedrisco. Ultimamente se ha pasado en muchos pueblos, para demostrar que no nos quiere, ni se mete en nuestras cosas.

Unas veces le agradecemos sus favores y otras deploramos sus castigos. «No he visto gente más bruta que la gente de Alcocer, que tiraron el Cristo al río porque no quiso llover», dice la copla denigratoria de ese hermoso pueblo que tanto repetía Cela. Fueron los mismos que lo sacaron en rogativas los que después le obligaron a hacer submarinismo.

Siempre que llueve escampa, pero siempre que escampa vuelve a llover. Pero la paciencia se agota antes que el agua de los pantanos. Por algún tiempo no tendremos queja de nuestros embalses, que deben estar a tope si no tienen agujeros.

Dice nuestro presidente, o sea, el que hemos elegido de modo aritmético, que no se debe abrir debate mientras Ferraz, que es una calle, no tenga salida a una nueva dirección. No hay que reformar la carta, aunque sea la más grande, hasta saber a dónde hay que dirigirla. Teme este hombre, al que nadie puede calumniar hasta el punto de llamarle precipitado en sus decisiones, que la división territorial abone el independentismo. Los que sufrimos el desguace, en un silencio más o menos cobarde, lo pasamos bastante mal pero confiamos en que pase. Nos habíamos acostumbrado a ser españoles. Unos con más y otros con menos, pero los que tienen mérito son los que no tienen nada y ahora, en el mes de las Navidades, les quieren quitar el nombre de españoles.