Diario de León
Publicado por
Liturgia dominical JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES
León

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E l pasado domingo era la figura de Juan Bautista la que aparecía como un gigante que, en el desierto, gritaba denunciando la poca fe de Israel. El evangelio de hoy presenta al mismo personaje como prisionero por denunciar los pecados del rey Herodes, pero sobre todo como prisionero de su propia desolación. El que pregonó con fuerza la venida del Mesías, que lo reconoció como el Cordero de Dios, ahora carece de seguridad y por eso envía a dos discípulos a preguntar a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?». Ante este hecho, podemos caer en la cuenta de que el drama de Juan es un drama muy actual: respiramos un ambiente poco propicio para las certezas y, sobre todo, para la esperanza. «Id y anunciad a Juan lo que habéis visto y oído». Jesús, con base en los profetas, se presenta como restaurador de la vida y pregonero de una Buena Noticia para los pobres. Con alusión a Isaías, está diciendo que sus obras inauguran los tiempos mesiánicos y esto con modos de bondad y salvación y no de violencia y castigo.

Ahora, en adviento, debemos revisar nuestra esperanza y preguntarnos, tal como Cristo lo haría: «¿Soy yo en quien esperáis, o esperáis en otras cosas?». Esta es la cuestión: ¿a quién esperamos? ¿Dónde están los cristianos que, convertidos a la esperanza, deben soñar con la llegada de ese mundo futuro, para ahora y para más allá de la muerte? ¿Dónde están los cristianos que buscan con ardor en sí y en el mundo los signos de la venida del Señor? Al creer en el mundo futuro, ¿esperamos de verdad el encuentro con Dios tras la muerte, el acceso a una existencia nueva enriquecida por el influjo pleno del poder glorificante de Dios? ¿A quién esperamos?

La esperanza es un deseo, pero no todos los deseos son esperanza. La esperanza se distingue de la espera. La espera es un deseo de un bien que no depende de nosotros. La esperanza, por el contrario, es un deseo de algo que, al menso en parte, depende de nosotros mismos. Por eso esta esperanza conlleva actividad. La esperanza es desear, pero provocar lo que se desea. La esperanza, por eso, siempre compromete. Y es en el compromiso de la persona donde se verifica su esperanza. Dime por qué luchas y te diré cuál es tu esperanza. Ahí está la clave para responder a nuestra pregunta: ¿en qué o en quién tenemos puesta nuestra esperanza? Bastará observar nuestra propia vida, nuestra propia lucha, nuestros compromisos, para ver qué esperanza nos anima. Dónde está tu tesoro, allí está tu corazón.

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