Diario de León

Desde el vientre de la montaña

EL PROYECTO SE DENOMINA ‘MIRADAS’ y responde al intento de atesorar las voces de un oficio a punto de morir. El Museo de la Minería y la Siderurgia de Sabero ha logrado hasta el momento reunir 300 testimonios para que la memoria no se pierda.

Detalle de dos mineros en un túnel de la Hullera Vasco Leonesa. NORBERTO

Detalle de dos mineros en un túnel de la Hullera Vasco Leonesa. NORBERTO

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cristina fanjul | león

Para que la montaña no se trague la memoria del carbón. Con ese objetivo se creó el proyecto Miradas, una iniciativa con la que el Museo de la Minería y la Siderurgia de Sabero preservará los recuerdos de centenares de mineros. El plan, que se inició en 2008, ya ha registrado las voces de 300 mineros, profesionales que durante décadas fueron uno de los pilares de la economía de la provincia. Se trata, además, de una valiosa herramienta para la investigación antropológica, puesto que permitirá que nunca se olviden métodos de trabajo y herramientas, el vocabulario y las características de cada uno de los trabajadores del tajo. Y es que, como destaca Roberto Fernández, director del museo, todos estos conocimientos «ya sólo perviven en el recuerdo de viejos mineros que también se van yendo poco a poco, llevándose con ellos toda esa veta de sabiduría».

La investigación se articula a través de entrevistas a antiguos trabajadores del sector que recogen su testimonio en formato audiovisual. Hasta el momento se ha grabado a mineros de las cuencas de Sabero, Ciñera-Matallana, Villablino, Cervera de Pisuerga, Santibáñez de la Peña, Barruelo de Santullán, Velilla del Rio Carrión, Guardo y Valderrueda.

No es la primera vez que el museo registra las voces de los mineros. Hace dos años, el museo inauguraba Coal, el trabajo que el artista francés Pierre Gonnord realizó en las minas leonesas. Una de las salas de la muestra fotográfica encerraba los recuerdos de los trabajadores entrevistados por Gonnord: «Mis hermanos tienen la espalda rota»... «Asimilas la muerte desde el principio; un día ves un chico muerto y piensas que... pero aquí no puedes escoger»... «Entré en la mina con once años. Era tan joven que tuvieron que adelantarme la edad para asegurarme... Iba a la escuela de noche porque trabajaba diez horas todos los días de la semana y cobraba 700 pesetas... Aquellos tiempos, que no vuelvan»...

Detalle de las simulaciones de rescate de mineros de Hulleras de Sabero. MSM

Imagen de algunos de los mineros de Sabero a principios de siglo XX. MSM

Equipación de los mineros a principios de siglo. MSM

Las cosas cambiaron, pero la muerte nunca dejó de velar el sueño de los mineros. Por eso, uno de los capítulos fundamentales de estas miradas son los accidentes en el tajo. «Cuando se mataron los 14 dejé de trabajar en Casetas. Allí falleció un hermano mío de 20 años. Yo estaba trabajando ese día, en el grupo del Peñón. Ya sabíamos que ocurriría eso porque las condiciones... era una explotación de mucho grisú, y el pozo de ventilación estaba atascado... Esto, toda la culpa la tuvo la dirección de la empresa, el capataz y los vigilantes, que sabían del peligro, todos estábamos esperando eso.. Entonces hubo uno que se comprometió a limpiar el pozo de ventilación, y explotó todo»... Adolfo Córdoba García estaba allí, aquel día, en una galería que conectaba con la que segó la vida de los 14, esos 14 cuya tragedia ya forma parte de la historia de La Ercina.

Picadores, entibadores, vigilantes, sondistas, barrenistas, tuberos, topógrafos, ingenieros... la iniciativa ha grabado las experiencias de todos los especialistas de la mina. Es el caso de Máximo Álvarez Andrés, picador y apenas 13 años la primera vez que se metió en el vientre de la mina —«comencé como ramplero, sacando el carbón que amontonaban los picadores»— o de Daniel Tascón Corral, uno de los hijos de los 14, que destaca que los aprendices como él pasaban tres días dentro de la mina y tres fuera... «Éramos siete de familia», dice para explicar por qué uno debe seguir poniendo en peligro la vida en el lugar que sepultó la de su padre.

El proyecto permite conocer que llegó a haber 200 mulas para el descargue. Víctor González Rodríguez explica que eran 200 cuando en el pozo había mil obreros. «Entraban 60 ú 80. La que entraba, moría allí. Las metían hasta que se quedaban cojas, llevando los vagones de pozo a pozo».

Malos recuerdos, la mina sigue matando. Este mismo año, Mario García Antuña presentaba en León su investigación acerca de los accidentes acaecidos en las cuencas asturianas, un libro que arroja un balance estremecedor: «La mina causó en Asturias más de 5.000 muertos, el 65% por grisú», decía en el Museo de Sabero. ¿Cuántos en León? No hay estudios al respecto. Nadie ha buceado en los anales de cada pozo para desenterrar los rostros de los que la montaña se tragó. «Muchos, se mataron muchos cerca de mí. Se quemaron y yo tuve la suerte de salvarme», cuenta Cándido Alonso, que añade que cuando comenzó a trabajar le tenía más miedo al agua que al grisú. Y es que los reventones de las balsas de agua están detrás de cientos de accidentes sufridos por los mineros leoneses. Uno de los participantes en el proyecto rememora en uno de los videos cómo en 1969 el hundimiento de un macizo provocado por el peso del agua acabó con la vida de un compañero que permaneció sepultado durante tres meses.

Tampoco se olvidan de hablar de la silicosis, el asesino silencioso. «Vimos a muchos morir a los 30 y a los 40 años a causa de la silicosis», recuerda uno de los mineros, que añade que las máscaras para evitar respirar la sílice eran simples esponjas que los obreros tenían que humedecer en la mina...

Destaca el narrador de los documentales realizados por el MSM que durante años, el carbón cambió la fisionomía de las cuencas. «Las negras vetas del interior de la tierra se transformaron en venas rojas que dieron vida a decenas de pueblos y a miles de personas». El trabajo bucea en la huella de la ruina: castilletes, esqueletos de edificios, ferrerías abandonadas... Uno de los exponentes más importantes de Miradas son los recuerdos que realiza Franscisco Mosquera, entibador y barrenista, que trabajó en Sabero desde 1966. El documental, Oficio de minero, es un paseo a través de los espacios abandonados de lo que un día fue una de las capitales de la minería del carbón: Hulleras de Sabero. «Cuando vine en el año 1966, esto estaba en pleno apogeo. Había, si no recuerdo mal, 1.200 obreros. Cuando me jubilé en 1981 quedaban 750 de plantilla, y diez años después, se acabó todo».

En los años noventa trabajaban en la minería leonesa alrededor de 20.000 personas. Hoy apenas quedan mil... una profesión que se resiste a morir. «Una empresa como esta, que tenía aprendices de todo, tenía médicos, abogados, ingenieros, tenía carpinteros... había para todas las profesiones... No sé si habrá algo que tenga para tanta profesión como una mina»...

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