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a la última Manuel alcántara
León

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M adrid, castillo famoso, ya no pude alardear de tener una sóla almena que sea suya: nada menos que ochocientos agentes del Cuerpo Nacional de Policía y de la Policía Municipal vigilarán para que en la capital de España, desde donde se dice que parten todos los caminos, la gente pueda tener en paz esto días navideños. Son pesadísimos. Casi todo el mundo se felicita para obedecer el calendario, aunque no todos tengan motivo. La verdad es que Madrid está blindado y se podrán obstáculos en la Puerta del Sol y en la Cabalgata de Reyes Magos, que sólo trabajan cuando no descansan. El dispositivo es mayor que el del año pasado, porque cada vez hay más miedo a un atentado yihadista, en vista del éxito conseguido en Berlín y en Niza. Ya sabemos que la maldad existe, pero no acabamos de comprender que los malos se venguen por adelantado, sin que nadie les haya hecho el menor daño.

Los responsables de la seguridad no pueden responder hasta después. Por eso, contra el terrorismo se lucha frente a un enemigo que no da la cara y se conforma con romperla a los demás, incluso a los que casualmente pasaban por allí. Sería más fácil combartir a estos asesinos vocacionales si fueran uniformados, pero la admirable virtud de la modestia se ha refugiado en ellos y únicamente dicen eso de que «Alá es grande». No tenía por qué ser una excepción. Todos los dioses lo son y por eso lo hemos inventado los pobres seres humanos: para pedirles que tengan alguna deferencia con nosotros o para rogarles, genuflexos, que no condesciendan a castigarnos.

No hay amenazas concretas en este momeno, ha dicho la delegada del Gobierno en Madrid, pero hay más controles y más beneméritos perros policías y se va a cerrar las estaciones de Metro y cercanías cuando caiga la noche y se haga daño en su caída. La novedad es que habrá obstáculos anticamiones, porque los atropellos masivos se han convertido en un arma secreta. En vez de tocar el claxon, tocan a muerte