De los astros al Señor
L os Magos han llamado siempre la atención de los cristianos. Por su origen misterioso. Por su tenacidad en seguir un signo que los lleva hasta el Mesías. Por la osadía que los lleva a presentarse en la misma residencia de un rey que representa la primera oposición al Mesías. Por su adoración, por su entrega, por su conversión.
El episodio de los Magos es como una parábola sobre el camino que lleva de la increencia a la fe, de la lejanía al encuentro, de la paganía a la cristianía. La atención, el camino y la adoración son, en ellos y gracias a ellos, el resumen del seguimiento cristiano.
1. Los Magos miran a los astros. pero los ven como señales de un misterio que los trasciende. Observan lo natural, pero su vida está abierta a lo sobrenatural. Sus días están llenos de sed y de espera. Sólo descubre el significado de lo que ve, quien está dispuesto a ver más allá de los signos.
La atención de los Magos a los astros es un modelo para todos nosotros. Será preciso estar atentos a la creación para ver en ella las huellas del Creador. Será necesario estar atentos a los signos de los tiempos para encontrar al Señor del tiempo y de la historia.
2. Solo descubren el sentido de la vida los que se ponen en camino. La itinerancia no es sólo una actividad más de la vida humana: es su misma esencia y su destino. En el camino, se ocultan a veces las señales que suscitaron el caminar. Pero es preciso seguir caminando.
La esperanza de los Magos es también la nuestra: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues hemos visto su estrella en el Oriente y venimos a adorarle» (Mt 2,2). He ahí la pregunta que nos identifica como creyentes, la que nos hace extraños en un tiempo en el que no se valora la búsqueda.
3. «Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría» (Mt 2,10). Pero la alegría no es el fin de los caminos, si éstos no llevan hasta la meta. Sólo llega quien camina. Y quien reconoce que sólo el Señor merece adoración. «Entraron en la casa; vieron al Niño con su madre María y, postrándose, lo adoraron» (Mt 2,11).
Adorar es la meta y es la clave de la fe. Pero poco sería adorar sin entregarse. La adoración o es dádiva o es tan sólo un rito. Los dones que presentamos al adorar al Señor son tan sólo signo de la entrega de nosotros mismos. «Abrieron sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra» (Mt 2, 11). Seguramente no era todo lo que tenían, pero era lo mejor que poseían.
Los Magos llegados del Oriente son la parábola de los buscadores de Dios, convertidos ya en seguidores del Mesías. Nosotros no adoramos a los astros, sino al Señor de los astros y de la historia. Somos humildes caminantes que tratamos de ver las señales que nos llevan a reconocerle y adorarle.