Diario de León

LA CONTRA DEL DIARIO

Las prostitutas se alían en cooperativa

La capital de Holanda abrirá en el mes de mayo ‘My red light’, para fortalecer la posición de las empleadas del sexo.

Imagen de una de las concentraciones de las prostitutas del Barrio Rojo. ROBIN VAN LONKHUIJSEN

Imagen de una de las concentraciones de las prostitutas del Barrio Rojo. ROBIN VAN LONKHUIJSEN

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david morales | la haya

La capital de Holanda abrirá en mayo próximo su primera cooperativa de prostitutas, que albergará 14 escaparates en el céntrico «Barrio Rojo» con el reto de «fortalecer la posición de las trabajadoras sexuales», explicó ayer el portavoz del proyecto My Red Light, Richard Bouwman. Los negocios de los burdeles son legales en Holanda desde el 2000. En Amsterdam, debido a una ley municipal, las mujeres que ejercen la prostitución deben tener un mínimo de 21 años, aunque «la industria nunca ha sido normalizada», advirtió el alcalde de la ciudad, Eberhard van der Laan, en una carta escrita en septiembre pasado. Con la intención de mejorar la situación de las trabajadoras sexuales, el propio Ayuntamiento puso en marcha en 2014 un estudio para evaluar las posibilidades que tendría un «negocio autogestionado», de modo que las prostitutas serían «menos dependientes de terceros», explicaba el regidor en la misiva.

Dos años después, en agosto de 2016, nació la fundación «Nuestra propia ventana», en la que han colaborado varias trabajadoras sexuales. Desde un primer momento se centraron en buscar la inversión necesaria para salir adelante, ya que los locales elegidos para el burdel necesitaban de reformas; el Ayuntamiento no se implicó en ellas, dejando que inversores privados aportaran el capital inicial.

El proyecto se convertirá en una realidad tangible el próximo 1 de mayo, cuando My Red Light abra sus 14 escaparates en dos calles del céntrico Barrio Rojo de Amsterdam, a orillas de uno de los canales de la ciudad. Contará también con una habitación sadomasoquista y otra preparada para personas con discapacidades físicas, un aspecto que, según Bouwman, «no es algo muy común» en la zona. «Queremos ir despacio porque estamos inmersos en algo grande. Quizás sea utópico, pero una vez que se acepte socialmente, la gente se dará cuenta de que este es un trabajo normal con todas sus obligaciones, pero también con todos sus derechos».

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