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LA 'CONTRA' DEL DIARIO

El ballet de las chabolas de Nairobi

Niños y niñas huérfanos de entre 9 y 16 años bailan en un minúsculo espacio para evadirse de la dureza de sus vidas.

Los bailarines practican en el aula improvisada de la academia a la que asisten 427 huérfanos. DANIEL IRUNGU

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León

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Alba Willén | nairobi

Decenas de niñas y niños han convertido una vieja y polvorienta aula en una chabola de Nairobi en el mejor escenario para evadirse de la dureza de sus vidas practicando ballet, su mayor pasión y su mejor refugio.

Para que Tchaikovsky suene en el Colegio Spurgeon de Kibera —uno de los barrios de chabolas más grandes del mundo— igual que en el Bolshói de Moscú, sus alumnos tienen que sacar los pupitres a la calle, barrer el suelo de cemento y tierra y aplacar el polvo con agua. Cuando la nube desaparece, todo está listo para bailar.

Súbitamente, dieciséis pequeños de entre 9 y 13 años abordan el minúsculo espacio como si de un gran escenario se tratara. Visten coloridas faldas de tul y ceñidos ‘bodies’, les faltan zapatillas y no tienen barra de ballet, pero lucen un mentón altivo y están dispuestos a bailar, una tarde más.

El profesor Mike Wamaya dirige con batuta los elegantes y decididos pasos de sus pupilos, que se amontonan para no chocar con la pared. «No hay espacio, vamos a aprovechar lo que tenemos, y sonreíd, estirad vuestros cuerpos, vamos a disfrutar», les alienta.

La mayoría de los cuatrocientos veinte alumnos de este centro son huérfanos, reciben dos o tres comidas al día y tercian con la carga de vivir en uno de los barrios sin duda más pobres y caóticos de la capital de Kenia.

Sin embargo, desde hace cinco años y medio, 34 de esios más decuatrocientosm plantan cara a esta realidad a través del ballet. «Al principio la idea del ballet chocó con la comunidad, pero ahora sus familias se muestran receptivas porque ven que la danza ha repercutido positivamente en el comportamiento de sus hijos, tanto en casa como en el colegio», asegura a Efe Wamaya, que ha sido nominado al Global Teacher Prize, el ‘Nobel’ de los profesores. «Antes vivíamos de donaciones y ahora son los propios familiares quienes ponen de su parte e intentan comprar el material de los pequeños en los mercados de segunda mano», añade el docente.

No hay espejos ni un suelo adaptado, pero se esfuerzan en hacer piruetas sobre las encalladas plantas de sus pies. «Cuando tienen la oportunidad de ir a un estudio son los mejores», asegura Wamaya, que admite que le motiva más enseñar a estos niños.

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