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A la última Manuel Alcántara
León

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N i Esquilo, ni Sófocles, Eurípides, que tres eran tres los inmortales dramaturgos griegos que nos atormentaron la infancia, se pusieron tan pesados como los miembros del comité federal del Partido Socialista Obrero Español. Estaban mejor educados y discutían sin llegar a las manos, salvo cuando las tenían ocupadas con las armas. Ahora, los miembros del comité federal del PSOE se insultan mutuamente sabiendo que todos tienen razón y a sus oponentes les falta. Unos gritaban más fuerte que otros pero los agravios verbales eran los mismos: «Sinvergüenza», «pucherazo», «fuera». La moción de censura contra el secretario general, el tenaz Pedro Sánchez, fue oída a gritos pelados, aunque sonaran algunos aplausos. Nunca sabremos si aplaudían a los que abucheaban, pero no sé entendió a nadie porque los micrófonos estaban mal dirigidos por los directores de escena, aunque luego dirían que era por «problemas técnicos». Una mujer se refugió en el baño de señoras, pero eso no es noticia porque algunos caballeros se ampararon en el mismo lugar. Volaron algunas urnas el pasado día 1 de octubre en el comité que partió al Partido Socialista en dos. Se trataba de debatir un único punto del orden del día: la convocatoria de un congreso extraordinario donde en vez de llevar la voz cantante los más adictos a la ordinariez, se debatiera si debe continuar Pedro Sánchez o merece un mal ganado descanso.

Nunca sabremos realmente si los españoles no sabemos discutir porque las discrepancias estaban prohibidas durante largos años, o porque jamás hemos sospechado que el de enfrente puede tener su parte de razón. La democracia, que es lo mejor entre lo peor, no es únicamente un abuso de la estadística, que decía mi bien amado Jorge Luis Borges, sino la única manera de saber lo que queremos. Hablando se entiende la gente pero a condición de que no grite el de al lado y nos permita oírla, aunque sea muy difícil escuchar, en medio del ruido.

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