Cruz y Luz
E l Domingo de Ramos celebra a Cristo Salvador que apuesta por el hombre y se entrega por él. Nos recuerda lo que significa el hombre para Dios. Es Domingo de Ramos, pero también de la Pasión del Señor. Por ello comprende dos celebraciones: la procesión de ramos y la Eucaristía. De la gloria de los Ramos al dolor de la Pasión. Este paso no responde solo a los hechos históricos, sino que además evoca el triunfo definitivo de Cristo: va a sufrir, pero como vencedor. Con este domingo se inaugura la Pascua, el paso de las tinieblas a la luz, de la humillación a la gloria, del pecado a la gracia, de la muerte a la vida. Lo que es realidad en Jesús lo será también para los que por el Bautismo participan de su vida y de su muerte.
El teólogo español Casiano Floristán escribió: «El pueblo se ha identificado y se identifica a su modo con el Crucificado, más que con el Resucitado, quizá porque su historia es una historia de sufrimientos. El pueblo venera a Cristo como varón de dolores, sufriente y moribundo, con el que se identifica a través del llanto, como pueblo de oprimidos y desheredados. Por esta razón es el Viernes Santo, no la Pascua, la fiesta cristiana popular por antonomasia. La muerte de Cristo es símbolo de todo sufrimiento, tanto del natural como del provocado. Muy en segundo plano queda la cruz como imagen del Cristo resucitado. En ese Dios desamparado y cercano, no en el Todopoderoso distante, encuentra alivio el pueblo al buscar la cura de sus sufrimientos por medio de un sufrimiento divino». No le falta razón.
Pero quedarnos en la Pasión es no entenderla. En la vida humana vamos descubriendo el valor de la cruz. La entrada en Jerusalén nos remite a muchas experiencias humanas: momentos de alegría, de plenitud, de amistad, de realización personal, de percibir el amor de Dios, la cercanía, el cariño de los seres queridos, la belleza de la vida. Pero también hay momentos de tristeza y de fracaso. Esto nos sugiere que esta no es nuestra patria definitiva, sino que esta vida, que también es bella y digna de ser vivida, es el inicio de una vida donde no habrá dolor. Somos peregrinos hacia el encuentro con Dios y nada nos debe rendir en este camino. Avanzar siempre para alcanzar la felicidad eterna que ya se inicia aquí por la fe en Jesús. Es tiempo de asumir con paz que el camino de la felicidad pasa por la cruz; pero no por cualquier cruz, sino por aquella que se vive por Cristo, con Cristo y en Cristo.