FABRICIO CAIVANO. fundador de cuadernos de pedagogía
«En la escuela falta quien contagie pasión y esfuerzo»
ana gaitero | león
Fabricio Caivano (Barcelona, 1942) fue la voz de los movimientos de renovación pedagógica en España a través de Cuadernos de Pedagogía, revista que fundó en 1974 y dirigió hasta 1997. De la mano de sus páginas se pateó el país recogiendo las experiencias más novedosas en las escuelas más remotas. Este periodista, sociólogo y licenciado en derecho fue testigo excepcional de la política educativa como miembro del Consejo Escolar del Estado (1983-88), es columnista, asesor y guionista en TV3 y en la Unesco. Ha recibido numerosos premios y está en el jurado de Tiempo de historia de la Seminci. La próxima semana es invitado de excepción en Los movimientos de renovación pedagógica en los años de la transición y la reforma educativa, unas jornadas que comienzan mañana en la Fundación Sierra Pambley, organizadas por el sindicato CGT y la Universidad de León con la dirección de Francisco Flecha y Miguel Ángel Fernández.
—¿Qué supusieron los movimientos de renovación pedagógica en la educación?
—Significaron la entrada de aire fresco y el deseo de una profesión, desde preescolar a la universidad, de participar en el cambio a la democracia.
—¿De qué manera influyeron en las reformas educativas tras el franquismo?
—Fueron el germen de muchas ideas nuevas; algunas se recogieron en las leyes de educación posteriores, sobre todo a partir de la Logse de Maravall, pero más a nivel teórico que práctico. Es más fácil llegar al BOE que al aula.
—¿Por eso fracasó la Logse?
—La Logse abrió la espita de los cambios aunque luego fue criticada, a veces justificadamente. Fue una ley muy teórica sin un apoyo económico. Por fortuna había y hay gente extraordinaria a pie de aula, con la tiza en la mano y con prácticas maravillosas.
—¿Qué queda de aquellos movimientos renovadores?
—Mucha gente que se reunirá estos días en León tienen la vista puesta en el futuro, que tiene muchísimos interrogantes, pero también con la mirada hacia atrás. Veníamos de unos intentos de renovación como los de la Institución Libre de Enseñanza, que en León tiene a la Fundación Sierra Pambley como modelo de pensamiento crítico y de cambio. Pero lo que es historia también tiene capacidad de influir en el cambio presente porque no hay cambio sin tradición y no hay tradición sin cambio.
—¿Ha perdido la enseñanza la vocación de ser el motor del cambio social?
—Se ha contagiado mucho el discurso del cambio. Del antiautoritarismo, la capacidad de confiar en los chicos y las chicas para que aprendan, pero la sociedad ha tenido un cambio tan brutal que muchos de esos contagios o son malos o no funcionan. Ha pasado de ser el discurso de una élite de docentes interesados en el cambio a ser la respuesta más fácil. Cualquier discurso o debate sobre violencia infantil, malos tratos, malos hábitos alimentarios... Todo el mundo dice: «Eso hay que enseñarlo desde la escuela, hay que aprender desde la escuela». De manera equivocada y errónea muchas veces, está en la mente que la escuela tiene que tener un papel muy importante. Es fácil decirlo, pero han tenido que pasar 50 años para que sea un ítem importante en la agenda social. No es que haya perdido la vocación de ser el motor del cambio, es que las cosas están tan mal que siempre se mira a la cultura y a la educación.
— Hoy no basta con hacer una carrera, hay que hacer un máster que costará bastante dinero. ¿La educación se ha convertido en una herramienta al servicio de la economía capitalista?
—El saber se ha mercantilizado y la administración educativa se ha convertido en un sector más del mercado. Pero la buena educación y pedagogía siempre está en contra de la instrumentalización de la educación como palanca del mercado. No hay que olvidar que tiene una importancia decisiva para los sujetos del mundo su preparación escolar, pero no se vive para el trabajo, sino que se estudia y se trabaja para la vida.
—¿Debe seguir la enseñanza el camino marcado por los informes Pisa?
—Pisa es el gran clasificador de los sistemas de educación mundial, pero siempre pensando en su transformación en mercancía de cambio, no de uso. La crisis enorme con las nuevas tecnologías y las nuevas formas de trabajo están degradando mucho los sistemas humanísticos. La filosofía ha desaparecido como asignatura y sin embargo cada vez más está presente en la demanda de los chicos: quieren saber, conocer, ser inventivos, imaginativos...
—¿Buscan una forma de realizarse humanamente?
—Claro, la base de toda educación y aprendizaje está en la curiosidad. Un bebé en los dos primeros años de su vida experimenta unos cambios brutales. Ahora se ha puesto de moda la neuroeducación y se sabe que es la curiosidad el motor principal del aprendizaje. Afortunadamente los chicos no pierden la curiosidad. A veces la escuela forma parte de la vitamina contra la curiosidad, pero creo que tiene futuro esa educación que se basa en la curiosidad, el afán de saber y el esfuerzo.
—Esfuerzo es una de las grandes palabras de este tiempo en educación.
—Es un caramelo envenenado porque se puede usar para pedir niños sentados, callados y que trabajen sin levantar los codos de la mesa, pero es un valor fundamental si se le da el sentido de trabajos por proyecto, creatividad en las aulas y sentido crítico. Se usa mal muchas veces, como la palabra autoritarismo cuando se confunde con autoridad.
—¿Cuál es el debate de la pedagogía en el siglo XXI?
—La importancia de la educación emocional. No se trata solamente de aprobar una asignatura, sino de pasión, conocimiento, interés, esfuerzo, emoción.
—¿Va por ahí la renovación?
—Se mueve en ese esfuerzo por acercar la escuela a la vida. Al verse invadida la escuela por la vida, hay que responder a la vida. La pedagogía se plantea ahora la importancia del desarrollo emocional, el equilibrio sentimental, el dominio de las emociones, la fuerza que tiene el cerebro como el músculo del conocimiento. Urge una renovación pedagógica nueva porque como dice Bauman, la sociedad ha cambiado de tal manera que es líquida y no nos valen las anclas, necesitamos barquitos para flotar.
—¿Y recuperar la autoridad?
—Recuperar una cierta autoridad y darle a la escuela un sentido. Los chicos y las chicas son capaces de los esfuerzos y las entregas más importantes, como se ve en la televisión en estos programas horribles como Master Chef. Si en la escuela encuentran un sentido a lo que hacen son capaces de hacer maravillas. Tienen la información en la punta de los dedos, falta que alguien les contagie la pasión, el conocimiento y el esfuerzo.
—¿Qué significó la revista Cuadernos de Pedagogía en aquel contexto de renovación?
—Como muchas otras revistas locales, fue el Twitter de la época. Personalmente, hice un periodismo de moverme a pie con el bocadillo por las escuelas de las aldeas recogiendo experiencias para publicar.
—¿Las nuevas tecnologías acabarán por aniquilar la figura del docente?
—Depende del uso que se le de. Hay experiencias buenísimas, si se pone la tecnología al servicio de la creatividad, el esfuerzo, si contagian reflexión y pasión... si hay un mediador volverá a redimensionarse la figura del profesor de otra manera muy distinta. No se trata de poner solo ordenadores en el aula, es hacer que las tecnologías no aniquilen al profesor sino que lo potencien como mediador.
—¿Seguir el ejemplo de Freinet con la imprenta?
—Se cuenta que Freinet quedó muy afectado por los gases durante la I Guerra Mundial muy y organizó el espacio del aula para no tener que subirse a la tarima dando voces. Fue un buen precursor de lo que significa leer y escribir como instrumento fundamental de la humanización del ser humano: alcanzar la lectura y la escritura, la palabra y la reflexión. La importancia de elegir palabra por palabra, el hecho de componerla físicamente con los tipos, de escribirla, de tener un producto que se ha hecho colectivamente, que se disfruta, se enseña. Freinet fue uno de los grandes precursores del uso de la tecnología en el aula.