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Liturgia dominical JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES
León

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S er cristiano es ante todo aceptar al Dios que se nos manifiesta en Jesucristo. No en cualquier «Dios». Esta afirmación nos ayuda a entender las palabras del evangelio de este domingo. Cristo habla de la necesidad de entrar (en la Vida, en el Reino) por la puerta y no de saltar por otras partes. Esto nos lleva a entender que la puerta -el camino- es Jesús, su enseñanza, su ejemplo. Más aún, su persona. Importa insistir en ello porque en nuestro país -católico de toda la vida- hay de hecho una gran confusión cuando se trata de saber qué es ser cristiano. Parece que todos lo sabemos, pero es fácil que haya ideas equivocadas, no cristianas. Cuando abundan creencias e ideologías plurales, es necesario tener muy claro que lo que define al cristianismo es, nada más y nada menos, que la persona de Jesús de Nazaret, el Mesís, el único Señor.

En este domingo Él se nos presenta encarnando un amor difícil de entender. Un pastor muy especial: es «dueño» de su rebaño, pero jamás se le pasa por la cabeza servirse de él. Solo amarle, darle buenos pastos, constituirse en su amigo, ser puerta, ser salvador... Jesús predica y vive un estilo de tal amor a los suyos -¡y «los suyos» somos todos!- que no se comprenderá si no es desde la fe. Jesús se proclama Salvador, único Salvador, pero su voz se hace creíble porque va sellada con el amor desinteresado que acaba en la muerte y muerte de cruz. ¿Qué es el amor desinteresado? Difícil pregunta. No se trata de amar sin pedir nada a cambio, ya que Jesús mismo pide algo en su entrega. Se trata de no «aprovecharse» de aquellos a los que se ama, de no dominarlos egoístamente, de no esclavizarlos en nada. El amor posesivo -que no es amor, pero así le llamamos- tan frecuente entre nosotros, desde el familiar al erótico pasando por el puramente amistoso, es el «contramodelo» del amor cristiano. Cristo proclama el amor de Buen Pastor: «Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos» y todos los que vengan después si no encarnan mi espíritu, diría. Todos los que intentan convertirse en amos de los hombres son ladrones y bandidos. Solo hay una manera de no utilizar a los demás: servirlos hasta el sacrificio. El que se entrega, salva a los otros. El que utiliza a los otros, les da muerte. Pidamos hoy que siga habiendo personas que asuman este estilo de vida como una vocación. Que vivan lo que Góngora ponía en boca de Jesús: «Oveja perdida, ven sobre mis hombros; que hoy no sólo tu Pastor soy, sino tu pasto también. Pasto al fin yo tuyo hecho, ¿cuál dará mayor asombro, el traerte yo en el hombro o traerme tú en el pecho? Prendas son de amor estrecho que aun los más ciegos las ven».