Diario de León
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Cada día su afán José Román Flecha Andrés
León

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L a fiesta del Corpus Christi nos lleva a reflexionar sobre la misión de Jesús, que se inmola por los hombres. Su Cuerpo y su Sangre son memoria de su entrega histórica, signo de su presencia actual entre nosotros y promesa de la unión eterna a la que nos invita.

Además, la celebración de la Eucaristía del Señor nos recuerda que los que nos alimentamos de un mismo pan estamos llamados a vivir unidos en la memoria del pasado, en la fraternidad del presente y en la esperanza del futuro.

En la fiesta del Corpus, evocamos el famoso himno del congreso eucarístico de Madrid que pervive en todos los países de lengua española. «Cantemos al Amor de los amores». Con él proclamamos que «Dios está aquí» e invitamos a los cielos y la tierra a bendecir al Señor.

Pero sabemos que el Amor de los amores ha de verse reflejado en el amor diario con el que acogemos o debemos acoger a los pobres y desvalidos, a los marginados por nuestra sociedad, a todos los que pueden sufrir el «descarte» que denuncia el papa Francisco.

Es verdad que pobres siempre los ha habido y que «siempre los tendremos con nosotros». Pero hay especiales momentos de crisis en los que se hace aún más evidente esa brecha que separa a los que viven bien y a los que malviven.

Hace cincuenta años, en su encíclica Populorum progressio, el papa beato Pablo VI nos decía que el progreso no sería verdadero mientras no fuese un progreso integral «para todo el hombre y para todos los hombres».

En el día del Corpus recordamos que ante la multitud hambrienta, Jesús dirigió unas palabras inolvidables a sus discípulos: «Dadles vosotros de comer». Esa voz no puede quedar relegada al pasado.

Según el papa Francisco, esa insinuación «implica tanto la cooperación para resolver las causas estructurales de la pobreza y para promover el desarrollo integral de los pobres, como los gestos más simples y cotidianos de solidaridad ante las miserias muy concretas que encontramos» (Evangelii gaudium, 188).

La tarea de Cáritas y de otras instituciones de la Iglesia Católica trata precisamente de promover la solidaridad humana y la caridad cristiana. Siempre con la conciencia de esa doble responsabilidad de eliminar las causas de la pobreza y atender a los que la padecen cada día.

Según el mismo papa Francisco «es indispensable prestar atención para estar cerca de las nuevas formas de pobreza y fragilidad, donde estamos llamados a reconocer a Cristo sufriente, aunque eso aparentemente no nos aporte beneficios tangibles e inmediatos» (EG 210).

La fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo nos invita a los que tratamos de seguir sus pasos a volver la mirada a ese otro cuerpo social de Cristo. El cuerpo de los pobres y marginados, con los que él se ha identificado. Es el día de hacer afectivo y efectivo el ejercicio de la caridad.

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