Diario de León

La generación que revolucionó el Magisterio

El ‘Plan del 67’ dio un vuelco al Magisterio con aulas mixtas, inglés, prácticas pagadas y la exigencia del Bachillerato superior. La primera promoción leonesa celebra el 50 aniversario en septiembre

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ana gaitero | león

El aula 209 de la antigua Escuela Normal de León guarda una pequeña gran historia. «Fue hace 50 años y parece que fue ayer», comentan los maestros y maestras, ya jubilados, que la pisan de nuevo con emoción. La 209, ahora más pequeña, es la clase que ocupó la primera promoción del Plan del 67.

No es un aula más. Es la memoria silenciosa de una reforma que marcó un antes y un después en el Magisterio español. Este aula, situada en la primera planta del edificio neomudéjar, que hoy ocupa el IES Claudio Sánchez Albornoz, fue testigo de un cambio de época. La niebla de la posguerra se disipaba levemente, aunque la dictadura seguía viva y coleando.

Acabó la segregación de chicos y chicas en las escuelas normales, aunque no supuso la erradicación de los roles tradicionales porque en las materias de Educación Física, Didáctica de la Formación del Espíritu Nacional y Manualizaciones y Enseñanzas del Hogar, tenían contenidos específicos y distintos en función del sexo del alumnado.

Con todo y con eso, la enseñanza mixta era el retrato de una transformación que no iba a parar ni siquiera después de la dictadura. Las reformas educativas se sucederían sin dar tregua, aunque, sobre todo al principio, «siempre con la expectativa de mejorar», apunta Justo Lombraña.

El plan del 67 se gestó bajo los auspicios de la ley de Reforma de la Educación, aprobada el 21 de diciembre de 1965, y a su amparo nació una nueva generación de maestras y maestros. Se quería dar mayor rango a una carrera que aún no tenía categoría de universitaria.

La norma modificó el acceso a los estudios de Magisterio, al exigir por primera vez contar con el título de Bachillerato superior, el famoso sexto y reválida. Hasta entonces se podía entrar a los 14 años con el Bachillerato Elemental y una prueba de ingreso, de manera que a los 17 años ya podían dar clase.

Además, el plan del 67 renueva sustancialmente métodos y materias para «capacitar al profesorado de acuerdo a los nuevos requerimientos de la sociedad», explica Manuel Fidalgo. Aquellos chicos y chicas que entraron en la Escuela Normal con la ilusión de convertirse en los maestros y maestras sabían que algo estaba cambiando, aunque no tenían ni idea que diez años después se celebrarían las primeras elecciones democráticas tras la larga dictadura.

Hoy disfrutan de la jubilación y en su mayoría son abuelas y abuelos. El Plan del 67 marcó sus vidas como docentes. La carrera duraría tres años, dos de formación esencialmente académica y un tercero íntegramente de prácticas que tenían el aliciente de ser remuneradas. «Nos pagaban 4.500 pesetas al trimestre», recuerdan. «Me llegó para hacer regalos a toda la familia», señala Nacy de Paz. «Nos pagaron en vísperas de Navidad», añade María José Nespral.

Además del maestro o maestro que les tutorizaba estaban sometidos a un tribunal docente. El primer trimestre era de observación, pero luego «prácticamente nos hacíamos cargo del aula».

La innovación alcanzó también a la formación teórica organizada en torno a varios ejes, con un bloque dedicado a asignaturas de carácter pedagógico (Pedagogía, Historia de la Educación, Didática y Organización Escolar), Psicología General, Sociología de la Educación, Filosofía de la Educación y Didácticas Específicas (Lengua Española y Matemáticas). Se incorporó por primera vez el Inglés como lengua extranjera (hasta entonces sólo se daba Francés), así como Educación Física, Música y Prácticas.

El Acceso Directo a la función pública en la docencia, sin necesidad de oposición, fue otra de las novedades del Plan del 67. Esta modalidad se reservaba a un porcentaje del alumnado con mejores expedientes académicos.

El nuevo plan se divulgó a bombo y platillo entre la juventud. «Nos dijeron que íbamos a ser algo como ingenieros técnicos pedagogos y luego nos encontramos con la cruda realidad de los pueblos en una provincia como la de León», apunta Fidalgo. Las penurias del magisterio no las borró el plan de la noche a la mañana.

No se arredraron y asumieron los mismos sufridos destinos que generaciones anteriores. Las carreteras aún no habían llegado a muchos pueblos leoneses y eran muy deficientes los servicios básicos. «Yo, que soy de Noceda, bajé llorando desde Colinas del Campo, que fue mi primer destino», admite Nacy de Paz, jubilada como maestra en Galicia.

Hubo quien prefirió hacer oposiciones a la administración y también los que optaron por irse lejos —Andalucía, Cataluña— para ganar puntos y convertirse en «diezmilistas» o candidatos a acceder a destinos de poblaciones más grandes.

A Marisol González le tocó ir a Castrillo de Cabrera: «¿A dónde vas, hija?, me decía mi madre». Y respondió: «Mamá, allí hay niños y tienen derecho a que les demos clase». Dieron lo que recibieron y quien más y quien menos innovó algo en sus aulas: «A los niños de Castrillo les llevamos a ver el mar a Gijón», recuerda esta maestra a la que nunca le abandonó la vocación, «por suerte».

El Plan del 67 tuvo un pequeño defecto. Duró poco. En el 71 lo cambiaron por otro que cambió, entre otras cosas, las prácticas.

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