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LEONESAS DE AYER Y HOY JERÓNIMA VÁZQUEZ BARREDO

La dulcera más famosa de la Vega y los Oteros

foto cedida por pura barreñada

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León

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ana gaitero | león

Jerónima Vázquez Barredo (Fresno de la Vega. 1914-2001) convirtió los fogones en oficio cuando las mujeres trajinaban en cocinas y hornos de manera cotidiana y anónima. La afición le vino de herencia. Su padre era zapatero y su madre regentaba un mesón en la plaza Mayor de Fresno de la Vega, que era famoso también por el buen café que servía.

Antes de que los restaurantes inventaran el negocio BBC (bodas, bautizos y comuniones); mucho antes de que los concursos de televisión elevaran la gastronomía a la alta competición, Jeroma, como era conocida en su pueblo y los contornos, llevaba su arte a domicilio e inventaba platos de tornaboda con las sobras de la boda.

Fue la dulcera más famosa de la Vega y los Oteros, en cuyos hornos se cocían durante todo el año roscas floras, mariquitas y bollos pobres. Pero cuando llegaban los días de fiesta más señalados, Pascua o el Corpus, o había que celebrar como Dios manda un cumpleaños u onomástica, las bandejas se vestían de gala con los dulces de baño.

Jeroma era una experta en estos bollos que en forma de rosquillas, vaivenes y sanmigueles salían de los hornos a las talegas para coronar las comidas de fiesta que se alargaban hasta casi empalmar con las cenas. Muchas veces los hacía en casa con su hermana Isaura.

Para cada época del año, para cada fiesta o celebración, había unos dulces especiales. Jeroma dominaba tan bien la repostería del carnaval (orejas, flores y rabitos) como las paciencias que elaboraba para tirar en los bautizos y hacía unos canutillos de crema de chuparse los dedos.

También fue famosa por su faceta de ‘guisadora’, como se dice por estos pueblos del Bajo Esla. Sus servicios fueron demandados a menudo para elaborar y servir las comidas de boda en pueblos como Pajares de los Oteros y Cabreros del Río. Y también para servir las comidas de los cabildos de la cofradía de San Isidro Labrador, para la cual se elaboraban especialmente unas rosquillas grandes que le ponían al santo durante la procesión. «Un año que no llovía puse escrito en la rosquilla: San Isidro, danos agua», recordaba Jeroma en las tardes de verano cuando se sentaba a la puerta de casa, ya jubilada.

No se sabe si llovió o no con la dulce súplica. Pero en la memoria popular y en la de su sobrina Lourdes queda el recuerdo de la buena mano que esta mujer tuvo en los fogones y en la preparación de los banquetes de boda. Innumerables recetas que aún se hacen pensando en la célebre cocinera.

En aquellos tiempos, aprovechar la comida sobrante era un arte. Fue cuando Jeroma inventó su famosa tortilla guisada de tornaboda (el día después de la boda), que tenía la peculiaridad de que, en vez de patata se elaboraba con miga de pan y carnes que no se habían consumido durante la celebración principal. Todo ello se mezclaba con huevos batidos y después de una vuelta y vuelta en la sartén se guisaba a fuego muy lento.

Otras veces utilizaba el pan sobrante para hacer sopas guisadas con perejil, bacalao y huevos, un plato que también era típico del Viernes Santo.

Para las comidas del cabildo de la cofradía era costumbre cocinar la olla podrida para el primer día, un cocido muy abundante de carne, chorizo y sopa de fideos. Y para el segundo día —las fiestas siempre tenían su segundo día— solía preparar unas hablas blancas estofadas de manera bien sencilla: «Las poníamos la víspera a remojo y luego se guisaban con aceite, perejil, ajo, dos hojas de laurel y pimentón», tal y como contaba los últimos años de su vida.

Carmen Fernández Marcos, profesora de Historia y muy amante de las tradiciones de su pueblo, recuperó la memoria de esta mujer que, como tantas otras, aprendió el oficio de su madre. En la casa de comidas de la plaza Mayor era famoso el guiso de ternera adobada para el día del Corpus, que se hacía en las ollas de perigüela (Pereruela). También eran famosas las patatas con bacalao.

Con Jeroma se extinguió el oficio de dulcera tal y como lo vivió esta mujer que hizo del delantal su uniforme, pero continúa la tradición en los hornos de algunas casas y en alguna fábrica de repostería que comercializa los bollos típicos de la comarca y en particular los dulces de baño.

La dulcera y guisadora de Fresno de la Vega es una de tantas mujeres anónimas que hoy podrían haber sido chef o grandes cocineras. Ellas se amoldaron al tiempo que les tocó vivir y alegraron los paladares en los días de fiesta cuando la comida era tan sencilla y repetitiva como los garbanzos que se recogían.