Diario de León

FESTIVAL DE VENECIA

Guillermo del Toro: "La inocencia es un arma idónea contra Trump"

El director mexicano presenta en la Mostra 'La forma del agua', una historia de amor entre una joven muda y un monstruo anfibio

Publicado por
NANDO SALVÀ
León

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Hacía nada menos que 11 años, desde que 'El laberinto del fauno' fue presentada en Cannes, que Guillermo Del Toro no competía en un festival de cine. Ahora el mexicano aspira al León de Oro de la Mostra de Venecia gracias a su nuevo trabajo, 'La forma del agua', una historia de amor entre una joven muda y un monstruo anfibio que de hecho establece conexiones claras con la que sigue siendo su obra maestra; su falta de experimentación narrativa y una cierta tendencia al sentimentalismo, eso sí, la convierten en una película más convencional.

En su día usted iba a ser el encargado de dirigir la versión de acción real de 'La bella y la bestia', pero finalmente abandonó el proyecto. ¿Es 'La forma del agua' su versión alternativa de aquella película que nunca hizo?  Es mi versión alternativa de 'La bella y la bestia', pero también de 'King Kong', y de 'La mujer y el monstruo'. La historia del amor entre lo hermoso y lo monstruoso es un mito universal. Yo tengo con las versiones existentes de 'La bella y la bestia' un problema en lo referente al tratamiento del sexo. Pueden dividirse entre aquellas en las que no hay sexo en absoluto, que son muy puritanas, y aquellas en las que el sexo es retratado como algo perverso, que también son puritanas. Yo quería contar una historia de amor en la que bella y bestia se enamoran y el sexo es una parte más de ese amor; y en la que es la bestia quien transforma a la bella y no al contrario.

 La película está ambientada en 1962 pero, ¿en qué medida habla del mundo actual?  Absolutamente. Quise ambientarla en 1962, porque la América que tienen en mente quienes hoy repiten el eslogan 'Hagamos América grande de nuevo' es la de aquella época. Pero esa América en realidad nunca existió, tan solo fue una idea utópica que jamás llegó a materializarse. Sí, los coches parecían aviones y las cocinas eran magníficas y todo era automático, pero al mismo tiempo Kennedy fue asesinado y estalló la guerra de Vietnam y la fantasía fue completamente destruida. Hubo racismo, clasismo y sexismo, y todos esos ismos siguen vigentes.

Habrá quien la describa como una obra inocente o ingenua. ¿Le molesta?  Es que son dos cosas muy distintas. Es necesario que la sociedad sea inocente porque la inocencia es el arma idónea para luchar contra el cinismo que encarna Trump; una sociedad ingenua, en cambio, facilita que gente como Trump esté en el poder. Yo detesto el cinismo, porque mata toda emoción genuina. Uno suena muy listo cuando habla de odio, y muy tonto cuando habla de amor. Y yo me arriesgo a sonar estúpido hablando no solo de amor, sino de amor entre una mujer y un anfibio. Sí, esta película es inocente, y eso la convierte en extremadamente política.

 Ha dicho que es su obra más personal. ¿Por qué lo es?  Porque explica lo que yo pienso sobre el amor. Cuando te enamoras de alguien es porque ves a esa persona por quién es. Y por tanto el amor es la única forma de combatir las ideologías, que sirven para hacer a las personas invisibles y convertirlas en meros números para torturarlas, procesarlas y deportarlas.

 ¿Es casual que todo su cine hable de 'outsiders'?  Obviamente no. Yo me siento tan 'outsider' ahora como cuando era niño. Nunca he sentido que perteneciera a ningún lado. Vivo entre Canadá, Estados Unidos y Francia, y soy un extranjero en todos lados. En Estados Unidos, por ejemplo, me dejan tranquilo mientras mantenga la boca cerrada porque tengo la piel clara y el pelo rubio; pero, en cuanto abro la boca frente a un representante de la ley, empiezo a ser tratado como un sospechoso. Y como cineasta también tengo la sensación de no pertenecer a ningún sitio.

 ¿En qué sentido?  Porque soy un señor mayor que hace cine de monstruos, que siempre han sido y siempre serán mi razón esencial para contar historias. Y porque soy demasiado comercial para el cine de autor y demasiado autoral para el cine comercial. Y eso me gusta. Llevo 25 años haciendo esto, y he hecho 10 películas más de las que esperaba. Y las sigo haciendo de la misma manera irresponsable que cuando empecé. Para que 'La forma del agua' se hiciera, renuncié a mi salario y a mucho más.

¿Diría que es más difícil hacer cine ahora, en el clima político actual?  Es difícil sobre todo si lo que cuentas es la historia de amor entre una mujer y un bicho. Hacer 'La forma del agua' ha sido increíblemente difícil. Horrible. Cada mañana me levantaba de la cama pensando que al final del día estaría muerto. Tardé tres años en diseñar la criatura, las condiciones meteorológicas se cebaron conmigo durante el rodaje, y pasaron otras cosas que la compañía aseguradora de la película me obligó a no revelar.

 ¿Y no le saldría a cuenta complicarse un poco menos la vida?  No. Tiene que ser así. A mi edad, cuando decido hacer una nueva película, me pregunto: ¿realmente necesito hacerla? Porque yo me podría retirar hoy mismo. Visto como un pordiosero, conduzco un coche viejísimo, no tengo una isla privada ni un avión privado. Con el dinero que tengo podría pasar el resto de mis días viendo películas. Y sería una vida fantástica. Por eso, cada nueva película tiene que ser una película que nadie va a hacer si no la hago yo.

 ¿Y tiene muchas de esas en la cabeza?  No. Haré unas pocas películas más y lo dejaré. Y luego me dedicaré a vivir. No me he ido de vacaciones en una década. Tengo unos 2.000 libros pendientes de leer. Además, soy un señor mayor de 52 años y peso 135 kilos. Y pienso en la mortalidad muy a menudo últimamente. Hay museos que quiero visitar, y mañanas en las que me quiero despertar sin tener nada en la cabeza y pasarme el día holgazaneando bajo el porche.

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