ENTREVISTA
Almudena Grandes: "Los nazis perdieron la guerra pero ganaron la posguerra"
La escritora investiga la impunidad del nazismo en la España de Franco y el eterno fracaso republicano en 'Los pacientes del doctor García', su cuarto Episodio de una guerra interminable
Del asedio de Madrid tras el golpe de Franco de 1936 al golpe militar en Argentina de 1976, en un viaje por la guerra y la posguerra, el Berlín sitiado por los rusos, las masacres alemanas en Estonia o los despachos de la diplomacia en Washington o Londres, Almudena Grandes (Madrid, 1960) mezcla sabiamente historia y ficción en más de 750 páginas y con más de 200 personajes (una cuarta parte de ellos reales) para construir una verosímil historia de espionaje republicano impulsado por el presidente Negrín. Un relato de perdedores, desesperanza y clandestinidad que saca los colores a la dictadura de Franco y a los aliados que consintieron y ampararon una red de huida de criminales nazis en España. Se trata de 'Los pacientes del doctor García' (Tusquets), cuarta entrega del ciclo de inspiración galdosiana 'Episodios de una guerra interminable', tras 'Inés y la alegría', 'El lector de Julio Verne' y 'Las tres bodas de Manolita', donde afirma, "ahonda en las miserias del siglo XX".
Bien sabido es que muchos huidos del nazismo se refugiaron en la España de Franco o pasaron por ella camino de Suramérica pero no lo es tanto la existencia en Madrid de la red clandestina que lo hizo posible, dirigida por una española de origen alemán, Clara Stauffer, ‘Clarita’, íntima de Pilar Primo de Rivera y responsable de Propaganda de la Sección Femenina de Falange. Encontré su nombre en un libro de historia. Me impresionó una foto suya como joven nadadora con un trofeo en la mano y que dirigiera la red desde su casa, en Galileo 14, muy cerca de la mía, donde he pasado miles de veces. Además, es la calle en que la protagonista de mi próxima novela mató a su hija. Y encontré la entrevista que en 1948 le hizo un periodista británico del 'Daily Express' que se coló en su casa sin avisar. Ella estaba aún en la cama y en camisón y ni se levantó pero reconoció abiertamente que había ayudado a unos 800 nazis. Eso habla mucho del personaje. Me fascinó. Tenía párrocos amigos que le hacían certificados de bautismo con los que facilitaba pasaportes españoles a sus protegidos.
Era la única mujer en la llamada lista negra de los 104 nazis reclamados en 1947 por los aliados a España pero la dictadura de Franco nunca reconoció su relación con ella y vivió impunemente ¿Cómo fue posible? Esta novela, Clara y su red son la prueba del nueve de que los republicanos intentaron con todas sus fuerzas que los aliados reconocieran que Franco era aliado del Eje y esperaron que la victoria aliada le costara el poder. Quedó claro que Franco les caía mejor a los aliados que los demócratas republicanos españoles y decidieron dejarlos solos y tirados como un trapo. La democracia aliada miró hacia otro lado y Franco no entregó a ni uno de los 104, que siguieron viviendo alegremente aquí o emigraron en Argentina. Ese es el drama de España, como dice la cita de Jaime Gil de Biedma que abre el libro: ‘De todas las historias de la Historia/ sin duda la más triste es la de España/ porque termina mal’.
No ayudó el temor aliado al comunismo en la guerra fría. Los nazis perdieron la guerra pero ganaron la posguerra porque consiguieron convencer a los americanos de que el enemigo era Stalin y de que se habían equivocado de enemigo. En esta novela hay muchos malos pero quizá los más malos no son los nazis sino los aliados, autores reales de la victoria de Franco con su política de no intervención.
Y Clarita murió octogenaria en su cama de Madrid en 1984... Ella, y León Degrelle (SS belga) y en 1975 Otto Skorzeny (‘Caracortada y, según los aliados, “el más peligroso de Europa”) y el croata Ante Pavelic, seguramente el más perseguido de los que ella ayudó, que llegó a Argentina con pasaporte español, estuvo allí unos años, decidió que no le gustaba y volvió a España. Está enterrado en el cementerio de San Isidro, aquí al lado. Vivieron y murieron aquí apaciblemente. Y Skorzeny y Degrelle además se forraron: el estado franquista les hizo millonarios dándoles contratas de obra pública.
La impunidad siguió en la transición. Javier Juárez, en ‘La guarida del lobo’, cuenta que Felipe González rechazó en 1983 la última petición de extradición de Israel de un criminal de guerra que vivía aquí.
Y aún hoy se sigue evitando hablar de las fosas . No puede ser que siga pasando. Y pasa porque en la transición se les dijo a los españoles que no debían recordar y mirar al futuro, que para progresar había que olvidar. Y un país entero se abandonó al cuento de que si no recordabas la dictadura es que no había existido. Pero existió y durante 40 años modeló las conciencias de los españoles y de ahí al escándalo de que haya más de 100.000 enterrados en las cunetas y a lo alarmante de que haya políticos que opinen que es un tema ideológico cuando las fosas no son de derechas ni de izquierdas sino un tema de derechos humanos, que agrede la dignidad de miles de familias que solo quieren enterrar a su gente. España es un país anómalo, muy anormal donde el PP sigue negándose a romper con la dictadura.
El peso de la novela lo llevan en realidad dos amigos republicanos, un médico y un diplomático, que deben asumir identidades falsas. Con ellos reivindico una clase social que prácticamente ha sido exterminada del relato, la burguesía republicana. Es algo muy grave e injusto porque fue la clase que levantó la Segunda República, sin jueces, catedráticos e intelectuales republicanos de tanto nivel o sin la Institución Libre de Enseñanza no habría habido la Constitución de 1931. Pero ahora en la mayoría de libros y películas de la guerra civil flota la versión de que los republicanos eran unos descerebrados radicales y una pobre gente de pueblo manipulada y engañada, como decía Franco en ‘Raza’.
Esos dos protagonistas encarnan el eterno fracaso de la República y la desesperanza. Sí. En esta serie sabía que los finales felices serían un problema y decidí compensar ese fracaso con posibles finales felices en sus vidas privadas. Es una novela de fracasos y de persistencia frente al fracaso porque ellos nunca dejaron de luchar porque estaban convencidos de que su causa era justa. Ellos son héroes a su pesar, no tienen vocación heroica. Se implican por amistad o por lealtad, los motivos de la gente corriente. Me dolió mucho escribir algunas frases: ‘Parecía que podíamos ir con los buenos y aún con los nazis por medio seguimos siendo los malos’ o ‘Qué hemos hecho nosotros para que nos vaya peor que a los nazis?’.
¿Realmente hubo miembros de la División Azul que se pasaron a las SS y participaron en masacres nazis en el Este, como uno de sus personajes? Hubo muchos españoles que tras desmontar Franco la División Azul estuvieron defendiendo Berlín en su caída. Muchos se habían unido al llamamiento del belga Degrelle que pedía voluntarios para las SS y lucharon en Ucrania y Estonia a finales de 1944. Allí hallé la pista de que en el campo estonio de Klooga los nazis mataron a 2.500 personas en cuatro días y que hubo voluntarios de las SS que participaron en esos y otros crímenes de guerra. Es verosímil que entre ellos hubiera españoles.
El personaje del médico canadiense Norman Bethune es casi un homenaje. Debería tener una calle en Madrid. Era un investigador comunista e internacionalista de primer orden que hizo un descubrimiento que ha salvado miles de vidas: antes de él una transfusión de sangre solo podía ser con el donante conectado físicamente al receptor y eso limitaba muchísimo. Él pensó en refrigerar la sangre del donante y llevarla en unidades portátiles, un procedimiento que regaló al Madrid sitiado. El primer ‘resucitado’, como lo llamaron, fue un soldado tirado en la Casa de Campo.