Diario de León
Publicado por
Liturgia dominical JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES
León

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E n la fe hay una verdad fundamental: Dios quiere que todos los hombres se salven. Este designio se va realizando día a día. Dios se hace presente y da la mano a los hombres. Nunca hemos quedado abandonados a nuestra suerte. Dios salva siempre. Por eso la historia humana es «historia de la salvación». También decimos que todo es don y gracia. De ahí que se haya de vivir con optimismo, ya que el tiempo es ámbito de salvación. Esto nos lo subraya la parábola evangélica de este domingo. El Dios que nos presenta Jesús es el Dios de la recompensa gratuita, que no está obligado a darnos nada y que, sin embargo, nos lo entrega todo, hasta a su propio Hijo. Es el Dios-Padre, el Dios-Amor. Precisamente porque ama, no ve injusto dar a los distintos rendimientos retribuciones iguales, porque no atiende al rendimiento, sino a las personas en sí, con singularidad. Ve a unos hijos a quienes ama. Por ello sale a llamarnos a todas horas. Buscar trabajadores al final del día, cuando ya poco se puede rendir, no se explica con criterios de productividad. Pero es que Dios no busca rendimiento en nosotros; nos busca a nosotros. Por eso espera constantemente: nos llama al comenzar la jornada, en medio de ella y cuando toca a su fin. Lo que Él busca es nuestra disponibilidad, nuestra buena voluntad, para poder mostrarnos el infinito amor que nos tiene.

Dios es quien nos ama, nos llama a su Reinoy nos ofrece gratis su amor. Lo nuestro será extender la mano y aceptar su don; abrir los brazos y recibir su abrazo. ¡Cuánto nos cuesta comprender que nuestro esfuerzo no nos autoriza a considerarnos superiores a los demás, a mirarlos por encima del hombro! ¡Que creer en Jesús y venir a misa todos los domingos no nos convierte en una raza superior de hombres! Dios ofrece su amor a todos, llama a todos. Como Jesús, que trataba con todo tipo de gente y se sentía molesto cuando algunos buenos fariseos de toda la vida, de corazón encogido, querían guardarse para ellos solos el amor de Dios y de un Reino que el Padre ofrece a todo el mundo. Si en la vida cristiana pesaran las «prácticas» y no el amor, los ricos en buenas obras acapararían la herencia del Reino de Dios. Y los pobres, en este caso los que no practican tanto, no tendrían esperanza. Pero si lo que vale es el amor, es posible que nos aventajen en el Reino de los cielos aquellos que no tienen tantas obras buenas de qué gloriarse y lo fían a la misericordia del Señor. Para muchos seres humanos de hoy el camino para reencontrarse con Dios es volver a reconstruir pacientemente su vida, poniendo en todo un poco más de generosidad, desinterés, ternura y perdón. Lo más profundo de la existencia sólo se descubre si miramos la vida con amor.

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