Diario de León

Querido profesor

Huella imborrable. En 1965 se abrió el primer instituto de la ría industrial vizcaína. Decenas de hijos e hijas de emigrantes, muchos leoneses, bebieron en aquellas aulas los primeros atisbos de libertad de la mano del profesor Arturo Fernández, un salmantino que acabaría su vida profesional en León

La ‘Promoción del 65’ del instituto de Barakaldo durante la celebración de su 50 aniversario en el verano de 2016. DL

La ‘Promoción del 65’ del instituto de Barakaldo durante la celebración de su 50 aniversario en el verano de 2016. DL

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ana gaitero | león

Hay profesores que dejan huella. Arturo Fernández pertenece a esa especie. Cuando la Promoción del 65 del instituto Antonio Trueba de Barakaldo se puso a organizar su cincuenta aniversario empezó un viaje de agradecimiento a aquel profesor que llegó con nuevos aires y un montón de libros mágicos que sacaba cada día de su maletín.

Arrancó también una peripecia detectivesca para encontrar a aquel profesor que se estrenó en las aulas pletóricas de vida y ganas de aprender de la juventud de la margen izquierda del Nervión, en su mayoría hijos e hijas de emigrantes.

Si a alguien, entre la larga nómina de docentes, querían volver a ver en aquel encuentro, ese era Arturo Fernández. Le habían perdido la pista desde sus años de instituto pero nunca le habían olvidado. Salmantino de origen que desde el año 1980 se trasladó a León e impartió su docencia en el IES Ordoño II.

Arturo Fernández llegó al instituto de Barakaldo con los nervios propios de un estreno en las aulas. Para el alumnado fue el soplo de aire fresco de unas clases de Literatura casi exclusivamente centradas «en los clásicos y en las que lo más moderno que habíamos conocido era Bécquer», como dice Rafael López.

Así que cuando el joven profesor empezó a sacar de su maletín aquellos libros con la poesía de Machado, Miguel Hernandez (las nanas..), León Felipe... y les presentó a los escritores sudamericanos, que como Mario Vargas Llosa y Gabriel Garcia Márquez... entre otros, emergían en el panorama literario, «los leímos con fruición».

El realismo mágico, la generación de la posguerra (Sánchez Ferlosio, Delibes, Martín Santos), la belleza de la poesía del 98 y el barroquismo de la Generación del 27 forman parte de esa nueva experiencia en la que los jóvenes tienen la sensación de poder entrar en tierras prohibidas con la lectura.

«Arturo llegó al instituto y trajo una forma diferente de enseñar la literatura. Hasta entonces habíamos estudiado listas de autores y de obras. Nunca pasábamos de los autores románticos y Arturo nos dio la posibilidad de acceder a las obras de los autores más modernos», explica el antiguo alumno. Les hizo leer Cien años de soledad, Rayuela, Tiempo de silencio y Las ratas.

Las clases vibraban con la poesía. «Es inolvidable el sentimiento que ponía al leer la Elegía, de Miguel Hernández», agrega. Tan emotivo y emocionante recuerdo guardan del tono de voz de aquel profesor al leer los poemas del Romancero Gitano como La casada infiel y La muerte de Antoñito el Camborio o las lecturas de Campos de Castilla, de Antonio Machado. «Aquellas lecturas de Arturo influyeron mucho en la formación de esta promoción», confiesan los alumnos y alumnas.

La labor de Arturo Fernández no se ciñó exclusivamente a las aulas. Todos y todas recuerdan su cercanía y la complicidad en los pasillos, cuando les advertía de «asuntos conflictivos con la dirección». Quizá por su juventud vieron en él a un colega más que a un profesor que les invitaba a descubrir nuevos caminos en aquellos años en que todo prometía ser mejor.

En el aspecto didáctico recuerdan sus sygerentes comentarios de texto, sobre todo en los textos poéticos. «Arturo alimentó nuestro gusto por la buena literatura y su lectura, que seguimos conservando», comenta Belén Loizaga. El profeor consiguió abrir y dotar una biblioteca en el centro y se convirtió en el primer bibliotecario, ofreciendo al alumnado otro espacio para disfrutar de la lectura. El préstamo de libros era el único medio de acceso a la lectura de los nuevos libros que se presentaban en clase. “No todo es banal y pasajero”, existe sin duda un género de ser humano, que aunque en pequeñas dosis, aún pervive en esta sociedad: las buenas personas», señala Rafael López Navarro.

El instituto al que Arturo Fernández llegó en el curso 70/71, su primer destino como docente, fue pionero por ser el primer centro público de bachillerato que se abrió en toda la margen izquierda del Nervión y por incorporar la enseñanza mixta, aunque inicialmente en aulas separadas, que dio la oportunidad de formarse y saltar después a la universidad a centenares de jóvenes, en su mayoría hijos e hijas de emigrantes, como la leonesa María del Carmen Otero, descendiente de Bembibre y una de las organizadoras del homenaje que hoy rinden en León al ‘joven’ profesor.

Inolvidable fue el viaje de fin de curso de sexto de bachiller, en 1971, por tierras de Andalucía. Para muchos fue el momento de mayor acercamiento a aquel profesor que también les acompañó en el periplo turístico y cultural. «La dirección del centro exigía para realizar el viaje que hubiera un profesor, además del propio director, si no, no había viaje de estudios…..se lo pidieron a Arturo y accedió. ¡Qué osadía !», recuerda Rafael López.

Fue su cómplice y protector en las salidas nocturnas por Madrid. El cariño que le profesan sus exalumnos y alumnas medio siglo después se expresa en palabras como bonhomía y un reencuentro que hoy no se espera el profesor Fernández.

Cuando casi cincuenta años después de su llegada a Barkaldo en aquel curso de 1970/71 por fin le localizaron se encontraron con una respuesta a la altura de aquel profesor de gran talla humana que les guió en la adolescencia. Arturo Fernández se acordaba con nombres y apellidos demuchos alumnos y alumnas como Arantza Olaiz y María Antonia Olano, Asun Cubero, Tagle, Mari Carmen Otero, Eucario Tejedor, Grijalba... A algunos les recordaba en el sitio que ocupaban en el aula. Y con uno de sus versos de Machado favoritos —Conmigo vais, mi corazón os lleva— se despidió en la carta que les dedicó. No podía asistir al encuentro. Para su sorpresa, acudiría este año a una nueva cita en Bilbao.

Hoy, en agradecimiento por su dedicación y por la huella imborrable que dejó en aquella generación, le han citado a ciegas. En León y en la hospedería de la Colegiata de San Isidoro llega, en su mayor parte desde Bilbao y también de Asturias y León, un nutrido grupo de antiguos alumnos y alumnas para felicitarle en su 74 cumpleaños

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