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Liturgia dominical Florentino Alonso Alonso
León

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E n el Evangelio de este domingo (31º del Tiempo Ordinario) Jesús manifiesta con tono profético que «en la cátedra de Moisés se han sentado los letrados y fariseos, que lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a los demás, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar». Una pregunta inevitable surge a raíz de estas palabras: con la crítica de Jesucristo a la hipocresía de los escribas y fariseos, ¿está exigiendo que solamente enseñen y prediquen los perfectos? ¡De ninguna manera! Dios no depende del enviado, aunque éste pueda no ser digno de la misión que ha recibido, ni la fuerza de su Palabra puede quedar recortada por las limitaciones morales del predicador. Jesús no ataca a la «cátedra de Moisés» (las enseñanzas del Antiguo Testamento), sino a quienes indignamente la ocupan, usándola en beneficio propio y sin dejar que el mensaje que anuncian los mueve a convertirse. Por eso antepone al «no hagáis lo que ellos hacen» el «haced y cumplid lo que os digan» . Ampararse en la hipocresía de otros para no cumplir con los propios deberes sería signo de que no hemos entendido nada de lo que Jesús nos quiere decir.

Pero, ¿acaso Jesús dijo esto sólo para los letrados y fariseos de su tiempo? Ni mucho menos. Sus palabras hemos también de aplicarlas a nuestra Iglesia. Porque todos los que asumimos alguna responsabilidad en ella tenemos delante siempre la tentación de creernos jefes y maestros, superiores a nuestros hermanos. Y en ese momento les dejamos de servir y rompemos la comunidad de Jesús. Obispos, sacerdotes, ministros diversos, agentes de pastoral, catequistas, etc., todos estamos para servir. La Iglesia de Jesús es la que se halla dibujada en las Bienaventuranzas, con sus radicales exigencias, y tiene su ideal en el servicio del Hijo del Hombre. En ella, la autoridad del jefe no es ya un ideal: «El primero entre vosotros será vuestro servidor» . No se habla de modelo jerárquico, sino de servir y rebajarse, pues «el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido». En las palabras de Jesús hay mucho más que una polémica con los escribas y fariseos, mucho más que una exhortación a ser coherentes. Es un reclamo a la identidad misma de sus discípulos, a la novedad que ellos están llamados a vivir y a testimoniar.

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